Álvaro Espinoza: “Se agradece cuando los directores entienden que una teleserie tiene que ver con una narrativa audiovisual”

Cuando Álvaro Espinoza decide estudiar teatro, nada en su vida escolar hacía suponer que tomaría ese camino. No había actuado en obras del colegio y tenía muy diversos talentos e intereses. Entonces tuvo una especie de epifanía: “Decidí dedicarme a la vida y no al trabajo, y entendí que este (el teatro) era un espacio de vida. Si tu diálogo laboral se refiere al ser humano y a la narrativa en general, y a darle vida a eso, es ahí donde yo quiero estar”.

Con 25 años de carrera en teatro y en televisión, puede decir que en este oficio ha encontrado la vida que buscaba, el fenómeno singular que implica representar las vidas de otros Apenas salió de la Escuela de Teatro de la Universidad Católica comenzó a tener roles en TV. Una breve incursión en TVN (“Sucupira”, 1996), dos roles secundarios en Mega (“A todo dar”, 1998; y “Algo está cambiando”, 1999), hasta que volvió al canal público para representar su primer papel recordado en televisión: Claudio Gaete, el joven escolar de Mejillones que hacía sufrir a la gitana María Magdalena (Amparo Noguera) en “Romané” (2000). 

Álvaro recuerda que fue un privilegio llegar a ese elenco. “Para muchos, ese era el lugar por todos los rostros que ahí estaban. Era un elenco atómico. Y las teleseries que hacían eran muy buenas. Salían de Santiago y mostraban una realidad que se incorporaba a la historia de la teleserie”. Compara la forma de trabajo de entonces, que era muy distinta a la que se da hoy: “Era un trabajo parecido al que uno venía haciendo en el teatro: una preparación de varios meses, que incorporaba distintos talleres, investigación y ensayos. Un trabajo súper profundo. Entonces, a la hora de empezar a grabar había un cierto fiato con un elenco que venía de mucho tiempo. Y se hacían productos súper contundentes”.

Desde el personaje de Claudio Gaete, rememora Álvaro, muchas veces ha tenido que hacer personajes antagónicos. “Me ha tocado varias veces ser la pareja de la protagonista, pero el bueno no soy yo sino su amante, y la historia de amor central es entre ella y el amante. Entonces, ¿por qué soy el antagonista, si me cagaron?”, dice riendo. Un ejemplo de esto, agrega, se da en “Pampa ilusión”. Su personaje, Ricardo Fuenzalida, conoce a Maximiliano Subercaseaux (Ricardo Fernández) en un viaje en tren hacia Humberstone en el capítulo 1. Ricardo, el personaje de Álvaro, acoge a Maximiliano y en cuanto llegan a la salitrera, le presenta a su familia y a su novia (Antonia Zegers), de quien el recién llegado se enamora a primera vista. “A partir de ese momento, yo soy el malo, a pesar de que se trata de una infidelidad, pero claro a eso le suman las características de mi personaje que son, desde alguna mirada, despreciables: Ricardo es prepotente, no trabaja”.

Álvaro admite que tuvo suerte al pertenecer a los personajes adinerados de ese elenco. “Mis compañeros que iban a trabajar a las calicheras llegaban hechos mierda. Obviamente que eso no era ni la sombra de lo que pudo ser trabajar en las calicheras de verdad, pero ellos llegaban agotados, llenos de polvo. En cambio, mi locación era una casa, yo andaba en mi auto, tenía un traje y estaba protegido con mi sombrero. Éramos un reflejo de la misma historia que contábamos”.

-En 2004, protagonizó la primera teleserie nocturna, “Ídolos”, en TVN, que causó polémica por su fuerte contenido y donde su personaje tenía un romance con su suegra, interpretada por Claudia di Girolamo. ¿Cómo recuerda esa experiencia?

“Fue súper importante para mí. Vi el libreto y ¡válgame, Dios! No se hacían teleseries así. Los temas eran imposibles. ¡Era bizarra total! Era muy al chancho. Había escenas en que nosotros mismos decíamos ‘no podemos hacer esto’. Yo siempre la he tomado como un experimento. Y tampoco se volvió a hacer así. En rigor, mi pareja en esta teleserie era interpretada por la Claudia Di Girólamo. El personaje que ella hacía no era fácil, tenía demasiadas aristas, era muy potente. Entonces, yo dije: mi partner es una mujer mayor que yo; este es el hilo, de aquí me agarro. Fue súper importante eso. Como experiencia, fue impresionante. Conocí a Óscar Rodríguez (el director). Y nunca más volví a trabajar con él y lo lamento mucho. Es un capo. Esa teleserie fue importante para mí. A partir de ella, empecé a saltar de un elenco a otro (dentro de TVN)”.

-Al parecer, este experimento dio resultado porque, al año siguiente, TVN produjo una segunda teleserie nocturna, “Los 30”, en la que usted también participó.

“‘Los 30’ es totalmente distinta. Es una comedia, cercana, súper reconocible. Pero no dejó de ser un experimento y se incorporaron saltos en los que los personajes le hablaban a la cámara en espacios abstractos, en blanco. Hubo un afán de experimentar, de jugar con el lenguaje, de hacer una apuesta, que siempre es un riesgo. La teleserie estaba muy bien escrita y fue muy popular. Nosotros como grupo estábamos muy cohesionado y lo pasamos la raja”.

-La siguiente nocturna en la que usted participó, tres años después, no tenía nada de comedia y fue durísima, “El señor de la Querencia”, en la que usted interpretaba a Buenaventura, el sometido capataz del patrón de fundo (Julio Milostich). También ese personaje es muy recordado.

“Esa teleserie es bien particular para mí. Inicialmente era un papel muy pequeño, un lacayo servidor. Y yo me di cuenta de que el personaje tenía que entenderse con solo verlo. Bajo esa premisa, me dije: Buenaventura es formal en el sentido de que, en la forma, tiene que contar una historia; y es kinético: tenía un movimiento, una construcción muda. Me dije: ‘soy esclavo a tal nivel que el patrón es dueño de mi persona, de mi mujer y de mi hija’. Y empecé a buscar elementos que lo justificaran: ignorancia a full, pobreza, alcoholismo, sometimiento. Y lo que funcionó fue un personaje súper caracterizado. Pero la teleserie no salió al aire altiro. Fue mi primera experiencia de hacer una teleserie completa sin que saliera al aire. Entonces, me costó mucho validar al personaje. Los directores tenían mucho nervio respecto de lo que podía pasar con él y me tiraban las riendas para que yo hablara más normal. Pero yo tenía una intuición muy fuerte. Sabía que Buenaventura era así. Mi trabajo en el set me lo confirmaba. Cuando tú llegas al set y todos te saludan hablando como el personaje y te aportan ideas, es porque el personaje entró. Y cuando salió la teleserie, Buenaventura se entendió de inmediato. Había gente que me decía ‘¡el personaje hediondo!’ y la tele no huele. O ‘¡Oye, que es curao!’ y rara vez se lo veía tomando. Pero con esas premisas, yo trataba de construir las escenas”.

-Otro personaje muy caracterizado y que también causó impacto fue Gregorio Harper, en “El laberinto de Alicia”, permanente sospechoso en una historia de abuso infantil.

“Cuando construí ese personaje, asumí una función narrativa. Ese personaje iba para ser el culpable por lo menos en los primeros 20 capítulos. Y lo construí trabajando con ciertos prejuicios. Lo vestí y lo peiné de cierta forma. Si alguien tiene ese peinado es porque se lo impusieron. Yo pensaba cómo construyo este personaje hoy, teniendo en cuenta que él había sido construido de niño en esas condiciones. Porque finalmente él no era el abusador, pero sí había sido abusado. Lo hice bajo esa perspectiva y, una vez más, me fui un poco al chancho. Entonces la Quena (la directora) se asustó y me retó harto. Esa teleserie en particular fue muy complicada para todos. Por el tema, considero que fue una teleserie importante, en relación a la responsabilidad que tiene la televisión solo por ser masiva. Creo que fue muy asertivo hacerla. A nosotros nos hizo algo de daño, en el sentido de que nos vimos afectados por esa realidad, y creo que es lo correcto. Fue una experiencia fuerte, pero muy buena. Para mí, como actor, fue la primera vez que trabajé con Gloria Münchmeyer de manera súper estrecha. Y me encontré con toda su calidad actoral puesta ahí en escena. Dialogar con eso es una maravilla y, además, con un humor y una sutileza exquisitos. Trabajar con ella fue realmente un placer. Mi admiración es total”.

Contrario a personajes muy caracterizados, como Buenaventura o Gregorio Harper, es el doctor Benjamín Vial, el “señor Rojo” de “Pacto de sangre”, que ha sido uno de los roles más exitosos en la carrera de Álvaro Espinoza. Él lo explica con que la teleserie estaba tan bien escrita que simplemente “me aprendí la letra y la dije”. 

“No le cambié ni una coma al libreto de ‘Pacto de sangre’. Hasta el día de hoy le prendo velas al equipo de Cata Calcagni (guionista). Lo único que hice fue modular esos textos en el tiempo. Respirar cuando había que respirar, apurarme cuando había que hacerlo. La teleserie estaba tan bien hecha, que cada vez que empiezas una escena y un diálogo, hay una acción que avanza y avanza. Y pese a que esta teleserie tenía mucho texto, no era difícil aprendérselo porque había un hilo conductor, una acción constante. La dirección es de Cristián Mason, que es de la misma escuela de Sabatini, de rigor. Se agradece mucho cuando los directores entienden que la teleserie es un cuento que tiene que ver con una narrativa audiovisual. A veces hay directores que ponen la cámara y que esperan que los actores hagan la escena. Pero estos tremendos directores cuentan ellos la escena. Yo siempre digo que mientras mejor es el director, menos actúo. Hay ciertas escenas que necesitan un despliegue actoral distinto. Pero la mayoría son narrativa audiovisual. Eso es dirección. Y esta teleserie era perfecta”.

-Pese a que no tuvo cifras de rating tan altas, el thriller “Pacto de sangre” se convirtió en un verdadero fenómeno mediático. ¿Cómo vivió esa experiencia?

“Desde mi punto de vista, ‘Pacto de sangre’ es un punto de inflexión en el sistema de medición (de audiencia) que tenemos. Cada uno de los que participamos en la teleserie tuvimos una experiencia súper potente con el público y en las redes sociales era apoteósico. Nos dimos cuenta de que no teníamos nada de rating, pero todo el mundo nos la comentaba en todas partes, durante meses. Tuvo una relevancia muy fuerte en los medios y, sin embargo, el rating nunca nos acompañó. La producción con la que competimos (“Juegos de poder”) nos daba cancha, tiro y lado y, sin embargo, éramos nosotros los que estábamos en la palestra todo el tiempo. Por las redes me llegaban cuadros, pinturas, dibujos, acrílicos y cómics del personaje como un ícono pop. Después me llegaron poleras y tazones; o sea, se empezó a generar un merchandising. Soy muy afortunado y estoy muy agradecido de esa experiencia. Fue todo espectacular, pero de un nivel de intensidad muy agotador. Me aprendía todos los días decenas de páginas y todas las escenas eran súper intensas. Terminé hiperventilado”.

-Fue muy impresionante que al poco tiempo apareció interpretando a Primitivo Mardones, el administrador de una panadería en la comedía “Amor a la Catalán”, opuesto en todo sentido al sofisticado personaje de Benjamín Vial.

“Si yo digo que en ‘Pacto de sangre’ me aprendí la letra y la dije prácticamente con la misma cara, en ‘Amor a la Catalán’ me decían ‘¡acción!’ y yo ponía como diez caras y lleno de gestos. Pasé de hacer a un psicópata súper frío y racional a un personaje que parecía aterrado por la vida, lleno de gestualidad y con una voz de mierda. Era como el ‘Alaraco’. Fue un privilegio para mí poder dar ese salto, y tener una cancha donde poder jugar, distanciarme. Primero, por el público. Siempre pienso que uno no le puede ofrecer lo mismo. Con Primitivo de nuevo para mí corrió la premisa de que era un personaje que debía entenderse al verlo. Entonces, el trabajo de vestuario fue genial. Yo siempre dije ‘este personaje es de un solo vestuario’. Eso siempre es un conflicto, pues te dicen que no. Yo eso lo defiendo porque creo que (el personaje) tiene que ser reconocible al máximo. Finalmente se construyó un set donde Primitivo tenía su pieza y pusimos un cordelito con dos camisas y dos camisetas iguales. También un pantalón que le quedaba grande y con el cierre abajo, el color de la camisa espantoso y la corbata antigua, todo muy anacrónico. Y el banano. Yo dije ‘este personaje es de banano’. Es el clásico chasquilla que las hace toda, el mano derecha, el esclavo, y que maneja un atado con hartas llaves. Todo súper construido para que el personaje quedara clarito”.

Primitivo Mardones sorprendió y encantó. Y le dio a Álvaro Espinoza los premios Caleuche (mejor personaje de soporte de teleseries) y Copihue de Oro (Mejor Actor) en 2020. “Esos personajes son muy gratificantes porque a la gente le gustan mucho y te empiezan a dar ideas, comienzas a mirar con el prisma del personaje y todos a tu alrededor te están aportando cosas. Con Primitivo pasaba todo el rato. En el set, los sonidistas y los camarógrafos entraban en la dinámica del humor del personaje y eso es muy entretenido”.