Álvaro Rudolphy recuerda solo una anécdota de la primera teleserie de su vida, “Matilde dedos verdes” (1988), una producción de 40 capítulos, escrita por el dramaturgo Alejandro Sieveking. Él estaba interpretando al joven hermano de la antagonista, Aurelia Echandi (Pilar Cox), y durante un diálogo con otro personaje, escuchó la voz del director Óscar Rodríguez: “¡Pero actúa, po’ hueón!”. “Eso es lo que estoy haciendo”, le respondió Rudolphy. “Pero no así. Haz algo”, retrucó el director.
“En ese tiempo se graficaban más las emociones, lo que se decía en los textos. Hoy se ha ido puliendo eso, lo que me parece muy bueno a nivel actoral”. En el momento de su debut televisivo, el actor tenía 23 años y había estudiado actuación en el Teatro Imagen de Gustavo Meza. En la televisión, recuerda, “no sabía mucho dónde estaba ni qué estaba haciendo; tenía que aprender muchas cosas: cómo ubicarme para la cámara, los tiempos de diálogo, esperar a que se encendiera la luz”.
Recuerda también que las escenas eran bastante más largas. “Había una dramaturgia en la cual los personajes dialogaban mucho. Eran escenas de menos acción y de mucho texto. Por suerte, uno era más joven y tenía la cabeza más limpia. Era más fácil aprenderse escenas de tres páginas”, ríe.
En “Matilde dedos verdes”, compartía elenco con Ana González y Malú Gatica, entre otras figuras de la escena nacional. “Yo había sido educado en la escuela de teatro donde los grandes referentes eran actrices como ellas. Entonces, más que respeto, uno sentía una verdadera devoción. Y era muy difícil para mí hablar con ellas y poder dialogar en el sentido de que uno estaba todo el rato mirándose y sintiendo ‘lo estoy haciendo pésimo’ “.
Desde ese debut, Álvaro Rudolphy hizo una teleserie por año en Canal 13. Y en 1993 obtuvo un papel importante como Kostia Karalakis, enamorado de Vanessa (Carolina Arregui), en la exitosa “Marrón Glacé”. De esa producción rememora una anécdota con Gloria Münchmeyer, quien encarnaba a Cló Anderson, la dueña del salón de eventos Marrón Glacé y madre de Vanessa. “Según mi texto, tenía que decir algo así como ‘¿dónde está el dinero?’ y yo dije ‘¿adónde dejaste la plata?’. La Gloria me lo hizo ver y me dijo: ‘Cuando aprendas a decir un texto y lo digas con absoluta verdad, vas a ser realmente un actor’. Eso ocurría con los actores de trayectoria: eran muy respetuosos del texto, de la dramaturgia. Ellos se aprendían lo que estaba escrito y lo tenían que decir con verdad, no lo adaptaban a su forma de hablar. Yo creo que fue una súper buena escuela para nosotros”.
Llevaba siete años en el canal católico, cuando en 1995, decide emigrar a Televisión Nacional de Chile. “Necesitaba refrescarme un poco, tomar un nuevo aire”. El desafío era atractivo porque se integró al elenco de la telenovela ambientada en los años 60 “Estúpido cupido”. “Fue una de las teleseries del inicio de la época dorada de TVN, con Vicente Sabatini al mando de grandes elencos y de súper producciones. La guerra (de las teleseries) estaba desatada y había que tirar toda la carne a la parrilla. TVN lo hizo con esta teleserie y después con otras grandes producciones donde se salió a grabar fuera de Santiago. Era una suerte de mini Hollywood en Chile, porque había muchas lucas y elencos grandes. Para ‘Estúpido cupido’ se construyó todo un pueblo, ambientado en los años 60. La teleserie estaba muy bien escrita y se entrelazaban muy bien las historias con la música de la época”.
-Usted trabajó con tres grandes directores de esas primeras décadas de teleseries: Óscar Rodríguez, Vicente Sabatini y María Eugenia Rencoret. ¿Cómo describiría el estilo de trabajo de cada uno de ellos?
“Por suerte, a mí me tocó empezar con Óscar Rodríguez, que era un tipo muy cálido y acogedor. Él conversaba contigo y te decía: ‘Álvaro, mira, yo creo esto o lo otro…’. Te ayudaba, te guiaba. Tenía eso que, yo creo, se fue perdiendo con el tiempo. Después la cosa se empezó a mecanizar, me imagino que a causa de un tema productivo, de tiempo, de ir avanzando rápido, sobre la marcha, y ya no había espacio para esa comunicación. Óscar, para mí, fue esencial. Me dio la oportunidad y me la fue dando cada vez más. Me apoyó y, con él, crecí”.
“Vicente Sabatini es un director muy creativo, pero también muy riguroso. Quizás menos contenedor, pero muy preciso. Es directo, certero y sabe lo que quiere. Él va a trabajar, no se distrae, y en ese sentido es muy buen director. Con la Quena he hecho prácticamente el resto de mi carrera. Ella es más lúdica y con una dinámica bastante más rápida. Hay que estar ahí pila, pila, pila, como actor. Yo aprendí mucho. Y esa es la gracia de sus teleseries, que tienen un ritmo más juvenil, más actual, con escenas cortas y rápidas”.
Una de las primeras teleseries que hizo en TVN con María Eugenia Rencoret fue la exitosa “Aquelarre”. Su personaje, Juan Pablo Huidobro, estaba enfermo de leucemia y había sido desahuciado. Hubo reclamos de parte de las familias de niños con esa dolencia, quienes pidieron al canal que la historia ofreciera una señal de esperanza a quienes padecían este mal.
-¿Cómo vivió el conflicto que se desató por el destino de este personaje?
“Me acuerdo perfecto del cambio de final de Juan Pablo Huidobro. Al comienzo se nos planteó que iba a morir y a mí me pareció lógico. Pero llegaron muchas cartas al canal y me pareció sensato este cambio. Le encontré todo el sentido. Esta era una teleserie que hablaba de la vida, del amor, de la esperanza. ‘Aquelarre’ es una de las que más me ha gustado hacer. Mi personaje sabía que se iba a morir, pero no sufría por eso. Tenía como un dejo de nostalgia al decir ‘pucha, justo me vine enamorar ahora que me queda tan poco’. Tenía una cosa linda el personaje. Y la teleserie era como mágica, luminosa”.
Distinto fue el destino de otro de sus personajes emblemáticos de ese período, Peyuco, de “Amores de mercado” (2001), que es la teleserie de mayor audiencia (46,7 puntos) desde la medición electrónica del rating. Allí, Rudolphy encarnó a los dos hermanos gemelos separados al nacer, Rodolfo y Peyuco.
-¿Cómo recuerda el trabajo en ese doble rol?
“Me acuerdo que, cuando me avisaron que yo lo haría, me dio pánico. Pensé: ‘No sé si me la pueda’. Por suerte, vivía solo en esa época y tenía mucho tiempo para estudiar. Me hice un vocabulario para cada uno de los dos personajes -porque los guionistas no hacían la diferencia- y los tenía pegados en la pared. En la noche me dedicaba a cambiar los textos del guión. Borraba todo con liquid paper y escribía encima, bien obsesivamente. Tuve un desgaste importante porque los dos personajes eran protagónicos. Había días en que tenía que hacer varias veces a los dos personajes en distintas locaciones. Entonces llegaba, me vestía de Peyuco y decía lo de Peyuco; después, me subía a la van para partir al Omnium (un estudio en Las Condes) y venía conmigo la chica de la peluquería, que me iba engominando el pelo para luego hacer de Rodolfo. Era agotador, pero también gratificante por el resultado que tuvo y porque, sin duda, fue un gran espaldarazo en mi carrera en televisión”.
-El final de esa teleserie fue muy controvertido por la muerte del personaje más querido por el público, Peyuco.
“Yo estuve de acuerdo con el final. Era desgarrador, pero tenía que ser así. Era un broche importante para la historia. Si no, me habrían obligado a hacer ‘Amores de mercado 2’ y no me daba el cuero”, ríe.
Entre los personajes que marcaron su carrera y que disfrutó mucho está Julián García, el psicópata de “Alguien te mira” (2007). Según relata Álvaro, el desafío con ese rol fue saber que era el villano, pero no poder mostrarlo. Durante la primera mitad de la teleserie, él era simplemente un oftalmólogo exitoso y parte del grupo de amigos médicos. “Tenía que estar constantemente ocultando que yo era el asesino en serie y que no se notara. Generalmente a los actores nos cuesta ocultar y yo creo que ese es el verdadero trabajo de un actor, que no se note. Que no se lea de inmediato ‘va a terminar en’, sino que vaya más por dentro que por fuera”.
-¿Se podría decir que Julián García es el primer villano de su carrera?
“No sé. Sí, puede ser. La verdad es que los actores (en televisión) no tenemos la posibilidad de elegir a los personajes. A uno le dicen: ‘Vas a ser un vampiro, así que anda a probarte los dientes’. Cuando ya empiezas a desarrollar el personaje, tienes más herramientas para decir cómo quieres construirlo. A Julián García yo insistí en darle un poco de humanidad. Y lo mismo hice con todos los villanos que me tocó hacer después. A mí me interesaba que Julián viviera sus emociones a fondo, independiente de si era cuando se ponía oscuro o cuando sufría, ya fuera por amor o porque no se aguantaba a sí mismo, pero lo viviera a concho”.
Desde ese personaje, y con el auge de las teleseries nocturnas, Álvaro advierte que hubo una proliferación de violencia, sangre y truculencia en las tramas de las ficciones locales. “Después de ‘Alguien te mira’ vino una seguidilla de teleseries bien sórdidas y una de ellas fue ‘El señor de la Querencia’, que era muy intensa, con mucha violencia física. Por suerte, yo hacía el personaje de Manuel, que era el bueno”. Al año siguiente (2009), de nuevo tuvo un rol del apoyo de la atribulada protagonista, papel que de nuevo recayó en Sigrid Alegría. Se trató del thriller “¿Dónde está Elisa?”, donde Rudolphy encarnó al detective Camilo Rivas, quien intentaba encontrar a la adolescente desaparecida y, de paso, se enamoraba de la afligida madre de esta. Si bien era un personaje bondadoso, el actor dice que nunca se sintió cómodo con él. “Era un policía bastante poco astuto y no le achuntaba ni al quinto bote. Él tenía que ir explicando cómo iba la investigación (la búsqueda de Elisa) y tenía textos demasiado técnicos, lo que para mí era muy fome, porque era carente de emoción”.
Después de otras cinco teleseries más en TVN, Rudolphy emigró a Mega junto a María Eugenia Rencoret y a buena parte del equipo de TVN. Relata que no le costó tomar la decisión ni hizo un mayor análisis sobre ese cambio. Simplemente no llegó a acuerdo con el canal en la renovación de su contrato. “Me pareció súper curioso lo que pasó. Sentí que no les interesaba seguir trabajando conmigo y, a raíz de eso, dije ‘me están ofreciendo al otro lado un buen proyecto y ya’. Si le iba a ir bien o no es algo que ni siquiera me planteé”.
Su aterrizaje en Mega, con buena parte del elenco y de equipos técnicos que provenían de TVN, tuvo un éxito inmediato: “Pituca sin lucas”, la historia de una mujer de clase alta, abandonada por su marido, que debe trasladarse con sus hijas a un barrio popular, donde su vecino es un comunista vendedor de pescado. Interpretada por Paola Volpato y Álvaro Rudolphy, la pareja de Tichi y Manuel tuvo una química tal que conquistó de inmediato a la audiencia.
“La teleserie fue pensada en tono de comedia, pero cuando empezó a ocurrir esta cosa romántica, el tema de esta pareja fue agarrando mucho vuelo. Mi personaje tenía una tendencia política, pero era un galán romántico y se hizo transversal a todas las edades, creencias e ideas políticas. Esta relación de amor sobrepasó todo eso y fue la gran gracia de esta teleserie. Con ella enganchó gente de todos los estratos sociales, ideológicos y religiosos”.
Después vinieron otras producciones exitosas, siempre en Mega, pero esta vez en horario nocturno. “Perdona nuestros pecados” fue un fenómeno de audiencia en 2017 a tal punto que tuvo una segunda temporada, inmediata, en 2018. Álvaro Rudolphy interpretó al antagonista de la historia, el poderoso Armando Quiroga, el hombre fuerte de Villa Ruiseñor, quien encarnaba todos los males del patriarcado, en una historia ambientada en los años 50 y 60. En la temporada siguiente, debió encarnar a otro villano, el candidato presidencial Mariano Beltrán, que simbolizaba el abuso y la corrupción política en “Juegos de poder”.
- ¿Cree que las teleseries reflejan la sociedad en que están inmersas?
“Te puedo hablar en lo personal, como actor que representó esos roles de ‘Perdona nuestros pecados’ y de ‘Juegos de poder’. Creo que todas las teleseries, en una pequeña medida, son un cierto reflejo de lo que ocurre en la sociedad, unas más puerilmente y otras con un poco más de profundidad. (…) Si uno empieza a ver teleseries de antaño, como ‘Marrón Glacé’ u otra, las va a sentir extemporáneas porque corresponden a ese momento, pero quizás entonces resonaban mucho más”.
Fue justamente la interpretación de esos personajes, Armando Quiroga y Mariano Beltrán, lo que terminó por agotar a Álvaro Rudolphy, según confesión propia. “Después de eso, ya no quise más. Ya no me gustó la sordidez ni la oscuridad. Fueron teleseries muy largas y muy sangrientas. Yo tenía que estar todo el día gritando, peleando, maquinando. Y es imposible no quedar cargado de esa energía oscura. Con el oficio, uno se la sabe sacar, pero algo te queda”.
Con 32 años de carrera televisiva y 30 teleseries en el cuerpo, Álvaro Rudolphy dice haber llegado a un punto en que no desea más oscuridad ni truculencia en las historias que debe interpretar. “Llega un momento en que no necesitas ver cómo se mató y se descuartizó a alguien. La forma se termina comiendo al fondo del relato. Y eso me pasó con mis últimas teleseries. Ya era tanta la truculencia que se perdía el sentido. El mensaje se termina perdiendo en medio de la sordidez y la mugre”.
Por eso, recuerda con nostalgia teleseries como “Aquelarre”, en la que “se hablaba de la muerte, pero también de la vida, del amor, de la esperanza”. O “Pituca sin lucas”, “con la que se logró algo bien humano, bonito y luminoso”.