El primer papel que Amparo Noguera hizo en una teleserie fue un protagónico. Texia, Susana “Texia” Miralta González, hija natural de una corista de cabaret y de un arquitecto que se casó con otra mujer. Recién egresada de la universidad, la protagonista entra al hogar de la familia de su padre, portando una identidad falsa, después que él desaparece misteriosamente, con el único propósito de encontrarlo. Es la historia de “La intrusa”, producción que el canal de la Universidad Católica estrenó en marzo de 1989 y cuyo guión pertenece al dramaturgo Sergio Vodanovic, el mismo autor de “Los títeres”.
Pero ese no fue el primer personaje que le ofrecieron en televisión. El director Cristián Mason ya la había tentado en un par de ocasiones. Ella había ido a las sesiones de casting e incluso había sido aceptada. Sin embargo, no pudo debutar. “Mi padre (el actor Héctor Noguera) me dijo que yo no iba a hacer ninguna teleserie hasta no haber actuado en, por lo menos, tres obras de teatro”, relata Amparo. A juicio de Héctor, ella debía conocer primero el oficio de actriz a través del teatro.
Una vez cumplida la solicitud paterna, Amparo pudo aceptar el ofrecimiento de Cristián Mason de encabezar el elenco de “La intrusa”. La actriz relata un momento del lanzamiento de la producción: “Entré a un lugar donde había un lienzo con mi cara desde el techo hasta el suelo. Para mí era súper raro. Yo nunca tuve conciencia de que estaba en un rol protagónico. Para mí, era simplemente una condición del personaje. Como yo vengo de una familia muy fuerte en lo teatral, el sentido del trabajo fue muy claro para mí desde muy chica. Entonces, no tenía esa conciencia de la fama que ahora, con las redes sociales, ha adquirido una dimensión terrorífica”. Su madre, Isidora Portales, fue productora de televisión y de teatro en Canal 13 y en la compañía Ictus, respectivamente. “Allí, desde niña yo veía a la gente trabajar mucho y no estar preocupados de sacarse fotos”.
Los años siguientes, la joven actriz continuó trabajando en el canal católico, en las telenovelas “¿Te conté?” y “Ellas por ellas”. En 1994 volvió a tener un rol importante, pero esta vez de antagonista, en la teleserie de elenco más numeroso de la pantalla local, “Champaña”. Allí interpretó a Verónica Valdés, esposa y aliada del villano Bruno Biondi (Fernando Kliche), en una compleja trama de crímenes y llena de historias secundarias.
– En “Champaña” tuvo un complicado rol, con su madre televisiva (Gloria Münchmeyer), obsesionada con su marido. ¿Cómo se desarrolló una historia así en un canal católico?
“Sí, ahí había un triángulo entre la Gloria Münchmeyer, Fernando Kliche y yo. Creo que ese triángulo extraño, perverso, en un canal católico era un problema básicamente de los guionistas y del director, que era Cristian Mason. Mi personaje (Verónica Valdés) me gustaba y me entretenía hacerlo. Era mucho más complejo que el de Texia en ‘La Intrusa’, que era más ingenua y tenía otro tipo de problemas”.
En efecto, pese a su juventud, Verónica Valdés era un personaje contradictorio. Parecía frágil, pero era capaz de asesinar si algo se interponía entre ella y el hombre que amaba, Bruno Biondi, un seductor del cual no se escapaba ni su propia suegra. Esta complejidad llevó a que el último capítulo de “Champaña” fuera una verdadera caja de sorpresas, un torbellino de revelaciones en el que Verónica estaba al centro. Una de estas escenas es inolvidable para Amparo.
“Al final, yo iba a la cárcel a ver a mi marido (Biondi-Kliche). Fue una escena muy difícil. La hicimos en el presidio que queda en Colina. Era la primera vez que yo entraba a una cárcel. Los presos tenían unas miradas que tú piensas ‘no están en este lugar’. Se colgaban de las ventanas y nos gritaban cosas a Fernando y a mí, porque nos reconocían. Yo era muy joven y estar ahí fue una situación muy impresionante. En la escena, me reencontraba con mi esposo preso y yo lloraba y lloraba. Pero creo que lloraba por lo que había visto, estaba en shock”.
Ese mismo año, 1994, Amparo Noguera emigró a TVN para participar, en el segundo semestre, en un pequeño papel en “Rojo y miel”. Al año siguiente, permaneció en el canal público y fue parte del elenco de “Estúpido cupido”, ambientada en los años 60. Allí tuvo un papel pequeño, pero que dio que hablar. Se trató de Marta Davis, una exprostituta que llegaba al pueblo de San Andrés.
- ¿Qué recuerda de ese papel, de una mujer amenazada por su pasado de prostituta en una sociedad conservadora?
“Ella era sexy, linda, silenciosa, misteriosa, valiente. Entonces pensé en todas esas características, pero también en la soledad de una mujer que es permanentemente enjuiciada por el resto de la gente. Pero era valiente, era una mujer fuerte, fuerte desde su femenino, desde su ropa. Era una mujer muy masculina desde la femineidad más grande y desde el estereotipo más grande que puede tener una mujer: estaba con vestido, pintura, maquillaje, peluquería, sexo, champaña, vino, coqueteo. Entonces era una mezcla muy linda. Personajes lindos”.
- Entre sus personajes inolvidables también está Rosita Espejo, de “La fiera”. ¿Víctor Carrasco lo escribió pensando en usted para su interpretación?
“No, no creo que haya sido escrito para mí. Yo creo que finalmente lo escriben para uno porque el guionista sabe con qué actores cuenta y qué personajes hay; entonces se empieza a escribir pensando un poco en los actores que lo van a hacer, pero no creo que sea una situación que me haya ocurrido puntualmente a mí. Y Rosita Espejo…, claro, Rosita Espejo es de los personajes que yo más quiero. Tuve la suerte de trabajarlo con Alfredo Castro, con quien además compartíamos en el Teatro La Memoria; entonces estábamos muy conectados. Estábamos todo el día juntos actuando, si no era en el teatro, era en la televisión”.
Rosita Espejo era una joven de Antofagasta que llegaba a Dalcahue, donde se ambientó “La Fiera” en 1999. Iba en busca de su futuro marido, a quien había conocido por carta. Y sólo tenía una foto y su nombre: Ernesto Lizana, interpretado por Alfredo Castro.
“Rosita era un personaje hermoso y claro; efectivamente, era regalado. Me acuerdo que íbamos camino a Chiloé y yo todavía no cachaba cómo lo iba a hacer. Y Alfredo Castro me dijo: ‘Hazla evangélica». ‘¿Cómo?’, le dije yo. ’Hazla evangélica. Hazla buena, buena, buena. Tiradora para arriba, comprensiva, empática, nostálgica, como con vestido, dulce, ingenua’. Rosita llega en varios buses, buscando al amor de su vida. En el primer capítulo llega a Dalcahue buscando a Ernesto con una foto en la mano, y es tanto lo que mira la foto, que se cae a un hoyo y ahí empieza su historia”.
- ¿Qué pasa con algunos personajes secundarios de las teleseries que quedan grabados en la memoria de los televidentes durante varias generaciones?
“Yo creo que esos personajes, como Juan del Burro, la Rosita Espejo, Ernesto Lizana, el Mariposero (de ‘Sucupira’), tienen una gran dosis de ingenuidad, pero sobre todo de nobleza. Son personajes que uno reconoce, como espectador, hasta el último detalle. Tienen elementos que hacen que el televidente se identifique con ellos y, generalmente, todos tienen ese común denominador que, creo, es la nobleza, el humor, la ingenuidad. Siempre hay un momento en que ellos tienen que decidir algo y ponen toda su nobleza y su valentía al servicio de ese hecho. Y se transforman en verdaderos superhéroes de la vida. Son personajes que emocionan”.
Uno de estos personajes es, sin duda, Elisa Pereira, la criada de William Clark, dueño de una salitrera, en “Pampa Ilusión” (2001). Vestida de delantal y cofia, en plena pampa salitrera, esta joven, interpretada por Amparo Noguera, tuvo una escena final en la que con un solo gesto lo dijo todo: “Ella tiene que elegir en qué bando se queda, si se va con la gente del pueblo, adonde ella pertenece, o se queda con míster Clark a quien ella había sido fiel durante toda la vida. Pero ella ve el error de él y su explotación de los demás, y decide pasarse al otro lado. Vicente Sabatini, como el maravilloso director que es, instala a todo el pueblo de un lado de la reja y al otro lado pone a la familia Clark, que son cinco personas”. Entonces, relata Amparo, viene la escena en que la imagen es más elocuente que las palabras. “Ella decide sacarse la cofia y la lanza. Y es un gesto revolucionario enorme, sin textos, solo con la confianza que puede tener un director en su cámara”.
Esa escena es para ella un ejemplo de lo que debiese abundar más en las teleseries chilenas de hoy. “Creo que están un poco presas del ritmo y de asociar el ritmo con la anécdota. Creo que se confunde un poco la entretención o el dinamismo con gritar, saltar y con que las escenas sean cortas. En televisión los personajes solo están en cámara cuando hablan, lo cual es muy raro porque escuchar puede ser mucho más elocuente y determinante que lo que se dice”. Y agrega: “Antes las teleseries tenían otro ritmo, eran más lentas. Se permitían estar más en una situación y en un actor. Ahora se lo permiten solo en la medida en que haya una anécdota de por medio”.
La actriz advierte que en estos tiempos, los televidentes se han acostumbrado a ver series por streaming (Netflix. Amazon Prime, etcétera), las que, a su juicio, “sí tienen confianza en los tiempos de filmación, en los tiempos dramáticos y en las atmósferas; entonces, yo creo que la televisión debiera recuperar eso y olvidarse de la rapidez y del dinamismo mal comprendido”.
-Otro de los personajes inolvidables en su trayectoria es María Magdalena, de “Romané” (2000).
“Sí, ese personaje era importante porque hablaba de la discriminación contra los gitanos. De las tres hermanas, ella era la más retraída, la más tímida. Mientras sus hermanas estaban locas con el tema de los novios, ella quería estudiar. Y logra ir al colegio. Allí conoce a un chileno, Claudio Gaete (Álvaro Espinoza), el más malo del pueblo. Él se enamora de ella sin saber que era una gitana; y ella de él porque es capaz de ver su fragilidad. Después, ella le hace ver que se había enamorada de una gitana. Fue un acto vengativo. Ella analizaba todo. No estaba pensando en el amor, pero cuando le llegó, tuvo que ponerle cabeza”.
- ¿Qué recuerda de esa época de oro de las teleseries de TVN?
“Éramos un grupo de actores que convivimos mucho porque salíamos de Santiago a grabar una vez al mes durante mucho tiempo. Entonces, nos transformamos en una especie de compañía de teatro itinerante. Nos conocimos mucho como grupo y teníamos una cierta hermandad que, de alguna manera, dura hasta el día de hoy. Eso se traspasó a teleseries como ‘Romane’, en la que con Claudia (di Girolamo, Jovanka) y con mis ´hermanas’, las tres Marías, estábamos totalmente afiatadas. Teníamos que ir a clases de flamenco juntas, a clases de romané juntas, grabábamos todo el día y, al terminar, salíamos las tres juntas. Nos hicimos amigas del alma”.
Amparo Noguera distingue dos épocas destacadas en el área dramática de TVN. Una es la que encabezó Vicente Sabatini desde mediados de los 90, con títulos como “Estúpido cupido”, “Sucupira”, “La fiera”, “Romané” y “Pampa ilusión”, entre otros. La segunda es la que encabezó María Eugenia “Quena” Rencoret. “Vicente se metió en los márgenes de la sociedad chilena, con las salitreras, la tala de árboles, los gitanos. Y fueron teleseries muy importantes por eso. Y la Quena agarró el centro de lo que estaba viviendo una sociedad, sobre todo una sociedad de clase alta donde se producían los crímenes más horrorosos, en esas familias que dicen ‘a mí nunca me va a ocurrir’. Eso, la Quena lo hizo muy bien”.
Entre estas últimas producciones menciona “¿Dónde está Elisa?”, “Vuelve temprano” y “El laberinto de Alicia”, donde tuvo que protagonizar una compleja escena tras saber que su propio hermano, interpretado por Marcelo Alonso, había abusado de su hija. “En una venganza irracional de una madre que está totalmente desajustada, llena de odio y de rabia, yo le cortaba los genitales. Fue muy difícil de hacer, estábamos todos muy nerviosos. La hicimos a la primera, y quedamos todos tiritando. Me olvidé y después la vi al aire, varios meses después, y casi me morí. Es una escena que no me gusta ver.”.
De ese mismo período, destaca “Vuelve temprano” (2014), en la que Amparo encarnó a la periodista Clara Arancibia, la mujer ancla de un noticiario que debe dejar una brillante carrera televisiva para dedicarse a esclarecer la muerte de su hijo. “Esa teleserie fue súper importante porque causó harta impresión y paranoia en las familias con hijos adolescentes. Clara, la protagonista, es una mujer inteligente, pero está metida dentro de una majamama donde se generan los crímenes más horrorosos y donde hay droga de por medio, frente a sus propias narices, y ella no lo ve”.
La actriz recuerda esa teleserie, que fue el último proyecto de TVN a cargo de Quena Rencoret antes de cambiarse a Mega en 2014. “Traté de entender lo que era vivir el duelo de un hijo de esa manera y me pareció que las escenas estaban súper bien escritas. Justo en ese momento, la Quena se fue de TVN. Ella me llamó para esa teleserie y me habló de la escena en que mi personaje veía a su hijo muerto. Para explicarme el personaje, me habló solo de esa escena. Cuando la hice, ella ya estaba en Mega y me dio mucha pena. La llamé después y le dije que había seguido todas sus indicaciones”.