Antes de actuar por primera vez en una teleserie chilena, Luis Alarcón había participado en 21 películas de cine locales, un tercio de las cuales fue dirigida por Raúl Ruiz. Por eso, cuando en 1975 lo llamaron de Canal 13 para hacer “J.J. Juez”, escrita por Arturo Moya Grau y dirigida por José Caviedes, ya sabía muy bien lo que significaba enfrentar las cámaras.
“Yo tomé ese trabajo con mucha tranquilidad, usando mis técnicas que son propias, porque yo no estudié teatro en la universidad. Para hacer el personaje de un capataz en ‘J.J. Juez’, recordé a algunos que yo conocía y me dejé llevar por el texto, por cómo era el personaje. Lo que está escrito en el guión tiene un espíritu, un subconsciente. Y eso es lo que trato de trasladar hacia mí, no que yo le entregue cosas mías al personaje. Es el personaje el que me entrega a mí aquí dentro, en el corazón”, cuenta respecto a ese papel, en tiempos en que las telenovelas eran realizadas por la productora Protab.
Desde entonces, Luis Alarcón no paró de hacer teleseries, carrera que siempre fue combinando con el cine. En la década de los 80 hizo tres producciones en Canal 13. Una de ellas fue “La noche del cobarde”, de Arturo Moya Grau. En esa teleserie interpreta a Alamiro Villarrobles, un empresario de buen pasar, pero que esconde un crimen: en su juventud violó a una muchacha, quien vuelve para descubrir a su agresor y vengarse (Jael Unger). Ese fue el final que salió al aire, pese a que Moya Grau quería un desenlace abierto. El director, Óscar Rodríguez, se opuso y grabó un atormentado final en que Alarcón, encarnando a Alamiro, sufre y alucina por los pecados de su pasado.
Ese impactante desenlace atrajo atención nacional. Y le dio una oportunidad impensada. Alarcón cuenta el contexto: “Éramos como 70 los actores que estábamos en la lista negra. Y por eso reclamamos públicamente a través de SIDARTE (Sindicato de Actores de Chile)”. Pero, en una astuta jugada de la productora de TVN Sonia Fuchs, Alarcón fue convocado a hacer una aparición recreando a su personaje de “La noche del cobarde” en un sketch del “Jappening con Ja”. “Esa invitación me abrió las puertas en ese canal”, recapitula el actor. Sonia Fuchs, la mujer fuerte de las telenovelas de la señal estatal, encabezó esta estrategia para demostrar que Alarcón -militante comunista- podía estar en la pantalla de un canal administrado por funcionarios de la dictadura.
De este modo, el actor debutó en grande en el canal público. El personaje que lo esperaba en “La represa” (1984), es uno de los villanos más icónicos del género local, el patrón de fundo Roberto Betancourt. No solo era el hacendado, era un déspota; capaz de acosar, manipular, y todo tipo de atrocidades, hasta de secuestrar a su propio hijo (interpretado por Alfredo Castro). “Para hacerlo, le busqué la parte buena, porque la mala estaba en el texto. Eso hizo que el personaje fuera simpático en algunos momentos. Había mujeres que odiaban a Betancourt, pero que cuando murió, lloraron. Por algo sería. Así tomo yo a mis personajes. Y si hago uno que se supone que es bueno, también le busco el otro lado, porque todo el mundo está hecho de una parte luminosa y de otra oscura”.
-Cuando grabaron “La represa”, TVN estaba intervenido por los militares, ¿cuánto pesaba esa intervención en los contenidos de la teleserie?
“En ese momento, evidentemente que los libretos eran pasados por la censura. Sin embargo, en el guión se pasaba de todas maneras un mensaje muy subliminal acerca del poder. Y, personalmente, me enorgullezco de haber hecho yo censura de esos libretos. ‘No, esta frase no la voy a decir’, decía. La borraba y me permitían eso. Entonces, solapadamente, el personaje de Betancourt pasa a ser la imagen del poder mal utilizado. En ese tiempo no se podía hacer una crítica directa, pero si uno ve de nuevo ‘La represa’, se da cuenta de que ahí hay una crítica a lo que estaba pasando el país y me da mucho orgullo haberlo hecho”.
Al año siguiente, interpretó a otro personaje ruin, que es muy recordado por quienes vieron la breve pero aplaudida “Marta a las 8”. Fue René Barrientos, el exmarido de la protagonista interpretada por Sonia Viveros, quien se encargaba de romper todos los humildes sueños de esta sufrida asesora del hogar. “Era un pobre gallo, no le alcanzaba ni para malo. Y cuando decide cambiar y portarse bien, se corta hasta el bigote y lo matan por la espalda. ¿Por qué? Porque se había portado mal. Betancourt, en cambio, era un triunfador. Y lo mató la mala suerte, pues se cayó (a un barranco) en su jeep”, recuerda Alarcón.
-A usted le ha tocado trabajar con principales directores de las teleseries chilenas. ¿Qué diferencias distingue entre ellos?
“Cada director tiene su estilo. El actor debe acostumbrarse a la manera de trabajar de cada uno. Yo he actuado con una gran cantidad de directores, pero me tocó trabajar con Vicente Sabatini desde sus comienzos. Con él siempre nos hemos entendido muy bien porque podemos conversar. Siempre escuchó lo que yo planteaba con respecto a los personajes e incluso algún comentario en relación con algún encuadre. No digo que siempre me haya hecho caso, pero teníamos un diálogo muy rico. En general, yo siempre he dialogado con los directores”.
Y complementa: “Hay directores que son realistas y eso me calza muy bien a mí. Me acomoda incluso el naturalismo. Me ha pasado que la gente me dice mucho ‘lo que pasa, Don Luis, es que a usted, yo le creo’ y, para mí, ese es el mejor cumplido que me pueden hacer”.
En 1999, Luis Alarcón construyó para la teleserie “La fiera” un personaje que tiene sus raíces en la literatura, que él enriqueció tomando elementos de su biografía, de gestos y simbolismos tomados de personajes que ha conocido. Con ese cóctel, Pedro Chamorro, el ex comerciante de La Vega reconvertido en millonario de las salmoneras de Chiloé, se transformó en un icono. Con la canción de Leo Dan “Libre, solterito y sin nadie” – esa que dice “como yo no estoy comprometido, ni casado, ni nada, ¿por qué no charlamos un ratito, para no sentirme tan solo?”- se musicalizaba su picardía y su búsqueda del amor con una mujer mucho menor que él y con la que pretendía consolidar su ascenso social, “La Joyita”, interpretada por Aline Kuppenhëim.
-¿Cómo fue el proceso de este personaje, que hasta ahora es recordado?
“Fue muy rico armar a Pedro Chamorro. Para eso, yo uso mi intuición y también mis conocimientos. Busqué en mí mismo y también en personas que había conocido. Él tenía todos los defectos de un nuevo rico, de querer aparentar. Estaba basado en ‘El burgués gentilhombre’, de Moliére. Yo trabajé en La Vega un tiempo, donde fui ayudante de un hombre que siempre andaba con fajos de billetes en los bolsillos. Era chileno-chileno, frutero, y siempre andaba con el dedo chico paradito. Él fue uno de mis modelos. Otro fue un dirigente de actores mexicano, que andaba con una botellita de tequila en el bolsillo y la sacaba y la regalaba. Chamorro andaba con una botellita de pisco. Así se fue construyendo el personaje”.
Luis Alarcón recuerda de esa época lo importante que fue recorrer el país para hacer teleseries como parte del elenco de Vicente Sabatini. “Fue un período muy rico. Por ejemplo, fuimos a Chiloé y aprendimos muchas cosas de los chilotes. Al comienzo, nos recibieron mal porque pensaron que nos íbamos a reír de ellos. Cuando se dieron cuenta de que en realidad íbamos a representarlos, fueron muy amables. Trabajaron con nosotros y nos enseñaron lo que significa ser chilote. La teleserie se hizo tomando en cuenta los problemas de allá y eso le gustó mucho a la gente”. En ese sentido, el actor hace un contraste con una producción que TVN hizo en 2011, ambientada en los canales del sur de Chile, “Témpano”. “Nos fuimos a Puerto Natales y no resultó porque (los equipos de trabajo) no se fundieron con la zona. Todo parecía artificial: la trama y hasta los paisajes. Hasta los detectives que intentaban solucionar el crimen ocurrido en un barco no eran de la policía de allá sino de Santiago. A la gente no le gustó, mucho menos a la de Puerto Natales, de donde yo soy”.
Tras Chamorro, Alarcón tuvo una nueva oportunidad de demostrar su versatilidad. En 2003, mientras Canal 13 de la Universidad Católica impactaba con una teleserie que incluyó un personaje gay, Ariel (Felipe Braun) de “Machos”; el área dramática de TVN realizó lo propio. Con menos resonancia mediática, pero muy vinculado a una historia profunda de amor y de inclusión de los homosexuales en la sociedad, aparece la pareja de Efraín (Luis Alarcón) y Humberto (José Soza) en “Puertas adentro” de Televisión Nacional. “Nosotros recibimos agradecimientos de personas gay porque lo hicimos con mucho respeto y no se trataba de hacer caricaturas”, cuenta Alarcón, aunque recalca su incomodidad con el desenlace y la “salida del closet” de los personajes: “Lo que no me gustó fue que al final no fueron ellos quienes explicaron su condición y que buscaran a un personaje extraño, externo (Daniel, interpretado por Juan Falcón) para justificar su conducta. Lo lógico habría sido que ellos reconocieran ‘sí, somos homosexuales, y qué’. Ellos eran pareja, dos personas que se querían. Y así lo hicimos a través de las situaciones de la teleserie. Fue muy fácil, porque el personaje de Pepito era el único que tenía un asomo de femineidad, lo cual él hizo de un modo muy fino. Yo nunca busqué esa parte en mi personaje, porque no tiene por qué ser así. Uno conoce mucha gente gay que no es afeminada ni mucho menos. Lo hicimos así, con toda naturalidad. Los afectos sí se trabajan interiormente, por supuesto, y no nos costó nada”.
-Hubo varias telenovelas como “La fiera”, “La represa”, “Estúpido cupido” y “Puertas adentro” donde hizo dupla con José Soza. ¿Por qué ese dúo funcionó tan bien?
“Con Pepe Soza nos entendimos de buenas a primeras. Nos habíamos conocido haciendo teatro en los años 70 y nos reencontramos en la televisión. Él usa un método de trabajo totalmente diferente al mío para acercarse a los personajes. Siempre me decía ‘me gustaría ser como tú’, porque yo tomo, leo y le echo para adelante en la práctica. Pero él, no. Pepe es estudioso, subraya, cambia los textos. Sin embargo, nos entendíamos muy bien trabajando y dialogábamos mucho. Nos gustaba desarrollar nuestros puntos de vista sobre qué es la actuación y por qué se actúa. Yo he descubierto que soy actor porque me gusta actuar y nada más. Me gusta eso de poder sacarle el alma a un personaje y traerla para acá. Eso de hacer un estudio psicológico, histórico, político y sociológico del personaje creo que, a la larga, te limita y te impide la creatividad. Hay gente que lo usa y le sirve, y eso es lo importante. A mí no me sirve”.
En 2018, tras 24 años en TVN, el canal no renovó su contrato. Alarcón ha sido particularmente crítico del rumbo que tomó el área dramática de la señal y comparte su análisis:“Yo tengo una visión propia, personal, de qué produjo un cambio en el área dramática. No sé de donde partió, pero fue desde una parte, dentro del canal, que yo pienso que era el desmontaje del mismo canal, no solo del área dramática. Es cuestión de ver la situación en que está ahora TVN… Un día Vicente fue cambiado de director del área dramática a director de programación. Después Vicente se fue del canal y quedó María Eugenia Rencoret a cargo del área dramática, que lo hizo muy bien, pero se pasó a hacer teleseries que no tenían la misma enjundia que las de esa época de oro, desde ‘La represa’ hasta los años 90 y tantos. El canal no sólo estuvo en el primer lugar de audiencia, sino que hizo cosas de calidad, como ‘Pampa ilusión’, que fue una tremenda teleserie. Eso fue el año 2001 y hasta por ahí llegamos”.
Con la perspectiva que da el haber estado presente en las telenovelas chilenas, incluso antes de “La madrastra”, Alarcón reflexiona sobre el actual estado de las áreas dramáticas televisivas en el país: “Han cambiado las cosas. Yo no me atrevería a hacer un análisis de cuál es la actualidad del área dramática. Lo que sí sé es que ha dejado de ser una fuente de trabajo para los actores como lo fue en otro tiempo cuando, en uno u otro estilo, había una producción en todos los canales y en las productoras también. Hoy no es así. Yo sé que es un problema no solamente chileno y que la televisión, en general, está en crisis. Pero el género dramático en televisión no tiene por qué desaparecer. Todo lo contrario. Yo veo Netflix y me encuentro con series que son realmente sensacionales, bien actuadas y con grandes elencos. Debería pensarse en cómo hacerlo aquí y creo que, a la larga, va a llegar a pasar. Pero en este momento, la situación es bastante crítica”.
-¿Siente que ha podido tener un crecimiento artístico con sus personajes televisivos? Si es así, ¿con cuáles?
“Sí, dentro de todo mi trabajo en televisión -he hecho prácticamente 45 teleseries y 15 series- hay personajes que a uno lo han hecho aprender más y desarrollarse como actor. Y yo siempre nombro a Pedro Chamorro, que me dio un abanico muy bonito de posibilidades: hacer comedia y también drama. Y hubo que prepararse para eso. También Roberto Betancourt, por lo que significó el contacto con el público. Para mí, todos los personajes son importantes, pero esos dos yo los considero notables porque tuve que empujar un poquito más fuerte para hacerlo bien y creo que me resultó”.
-¿Qué rol cumplen nuestras teleseries en la sociedad?
“Uno puede hacer una obra con plena conciencia de querer educar a un sector del público y que esto no resulte. Yo creo que lo básico de una obra dramática, en primer lugar, es entretener. En segundo lugar, si tiene un súper objetivo y este le llega al público, fantástico. Pero si no entretiene, no sirve, porque la gente no la va a mirar. Yo he llegado a la conclusión de que las teleseries tienen que haber logrado enseñanzas en el público, las que después pueden haber aplicado a sus vidas”.