Cuesta creer que los primeros recuerdos de Francisco Melo en teleseries sean abrir y cerrar la puerta de un auto, y un osito de peluche. Pero así es. Su debut en el género fue en “Top secret” (1994, Canal 13) como Rubén, el chofer de Emilia, personaje interpretado por Malú Gatica. Y el osito fue el regalo que, en medio de las grabaciones, le envió la clásica actriz a la hija recién nacida de Melo: “Uno sabía que ella formaba parte de la historia del teatro, del cine y de la televisión chilena. Un icono. Entonces el hecho de ese peluche, que se haya fijado en mí, fue profundamente emocionante y de compañerismo hacia un actor menor”. Su papel era secundario. Tanto que dice que no se percató de las fuertes dificultades editoriales que enfrentó esa teleserie -la historia de infidelidad de un diputado- y que motivaron cambios drásticos a su guión.
Francisco Melo venía de una destacada carrera en teatro, pero en TV debió empezar muy de a poco. Una de sus aliadas fue Elba Alarcón, recordada asistente del área dramática de TVN (y posteriormente de Canal 13), con un particular instinto para descubrir talentos. “Ella era quien me ayudaba un poco a veces y me decía ‘ven a verme a mí y te sientas ahí para que te vean’. Entonces por ahí empezó, extrañamente”. Pero hay otro hecho llamativo en los inicios de Melo. Su primer contrato en TVN fue para su auto, no para él. “Por esa época tenía un Volvo, esos que son como huevito. Mi suegra de entonces, Gabriela Munita, trabajaba en continuidad del canal y comentó que yo tenía un auto de los años 50 o 60 y dejaron al auto antes que a mí. Yo fui llamado después, y me dieron la posibilidad de interpretar ahí a Peter O’Kelly. Creo que es lo más malo que he hecho”.
-¿Por qué tan autocrítico? Ese personaje en “Estúpido cupido” era un “gringo” que estafaba al alcalde, interpretado por Luis Alarcón.
“Peter O’Kelly fue un papel donde yo no me acomodé, no lo supe hacer. Fue muy incómodo. Me tocó trabajar con la Paty Rivadeneira, que fue una súper buena experiencia; es una tremenda actriz, una tremenda figura política, cultural. Yo venía de hacer ese personaje chiquitito (en ‘Top secret’) a hacer un rol más importante y nunca me acomodé. De verdad tuve la sensación de que iba a ser mi debut y despedida en las teleseries de TVN. Pero, extrañamente, Vicente me llama y me llama para hacer de nuevo un chofer”.
Ese chofer es uno de los personajes que forma parte de la memoria popular de las telenovelas. Se llama Diógenes, cazaba mariposas y vivía en el pueblo de “Sucupira”. “Era una historia que estaba muy bien escrita y de alguna forma sucedió una simbiosis en donde el personaje empezó a adueñarse de cosas personales mías y se hizo muy real. Y tiene que ver con el rollo con su altura, con sus orejas, con su fragilidad y su timidez. Ahí empezó a agarrar ciertos gestos que son míos, pero se potenciaron, como la cosa con las manos, como ser alto pero no querer serlo y andar muy encorvado (…) Son esos personajes que uno de alguna forma les da un poquito de aire y empiezan a respirar y a correr solos. Así funcionaba Diógenes”.
Luego de Diógenes vinieron otros personajes que lo situaron en la primera línea de las telenovelas dirigidas por Vicente Sabatini: Ismael, el yorgo (habitante de Rapa Nui que vive estrictamente apegado a sus tradiciones) de “Iorana”; Alvarado chico de “La fiera”; Rafael Domínguez, de “Romané”; Rafael Valenti, de “El circo de Las Montini”. “Ese elenco que trabajó tantos años juntos y en producciones con viajes, lo que implicaba además una convivencia y una camaradería que potenciaba esta sensación como de grupo cerrado. En esa época, me acuerdo, siempre se hablaba del elenco A y el elenco B. El elenco A era el de Vicente Sabatini del primer semestre y el elenco B el de la Quena Rencoret (…) Estaba lleno de esas cosas que eran, al fin y al cabo, bastante escolares como en cualquier grupo cerrado”.
-¿Qué sentía de pertenecer a este elenco, que era una especie de compañía, que permanecía junta año tras año?
“Era un grupo tremendamente potente y que estaba tan cohesionado que comíamos juntos, viajábamos juntos. Evidentemente, había una sintonía que era a ratos buena y mala, con los rollos personales, con parejas que se rompen, que se pelean, que se enredan. Eso estaba, pero eso genera una sangre espesa que ayudaba mucho a realizar grandes producciones (…) Aquí estábamos realmente conectados. La base es el guión, de ahí viene todo después: el trabajo de preproducción, un buen equipo de producción, una buena dirección, actores comprometidos y cohesión y que los astros empiecen a coordinarse y generen un espíritu. Hay una magia y esa magia se potencia en la medida de que se está trabajando todos juntos, estás peleando, estás sacándote los ojos: se quiere, se ama, se traiciona. Están ahí los corazones. Los corazones estaban potentes en esa época. Era power. Sin duda era muy fuerte todo lo que pasaba delante y detrás de cámara”.
En 2001, Francisco Melo recibió un personaje que lo marcó: Manuel Clark, el apesadumbrado heredero de “Pampa Ilusión”, hijo del tirano Mr. Clark (Héctor Noguera). Manuel es maltratado por su padre, a quien trata de proteger de las noticias sobre el desastre económico de la mina; y se enamora de Clementina Paita, una comerciante peruana (interpretada por Tamara Acosta), relación que -por supuesto- Mr. Clark no aprueba.
Pura intensidad que se refleja en el final de la trama, con la trágica e icónica escena de la muerte de Manuel, atacado por los peones de su padre, mientras defiende a sus trabajadores. “Es la teleserie que más me ha gustado en su totalidad, en producción, en esfuerzo; el norte, el frío y el calor, la historia, el rollo con el salitre, la convivencia con los actores, los viajes desde Iquique. Todo eso y además ese papel y su viaje dramático. Más encima, si no me equivoco, es el único personaje que he hecho en televisión que termina muerto. Era un personaje bellísimo para construir y yo me entretuve mucho haciéndolo, desde el dolor. Era bonito el placer en el dolor, en la desazón, en la tristeza”, rememora.
“Pampa ilusión” también marca su escena favorita de las teleseries que ha realizado. “Es una escena extraña, de alguna forma, es una escena secreta. Porque yo creo que nadie la recuerda, pero para mí fue profundamente impactante. La escena era una conversación que yo tenía con Claudia di Girolamo en ‘Pampa ilusión’, sentados en el local que tenía Tamara Acosta y era una conversación entre estos dos hermanos y que había una cierta complicidad. El nivel de emoción que, por alguna razón, ambos, y yo en particular, llegué fue tan perturbador que yo me emocionaba de estar emocionándome a ese nivel que no reconocía. Fue extraño y
enriquecedor. Es una escena privada en la cual yo como actor descubrí que podía llegar a
lugares que no sabía que podía llegar y yo se lo agradezco a la situación, a la Claudia y a ese
personaje. Fue perturbadoramente emocionante”.
Otro personaje entrañable-y que cerró su período con el elenco clásico del director Vicente Sabatini- es Chadi Abu Kassem de “Los Pincheira” (2004), donde Melo fue el padre de una familia integrada por su esposa Marwa, Claudia di Girolamo, y sus tres hijos, interpretados por Pablo Schwarz, Álvaro Espinoza y Blanca Lewin. Aunque la historia central de la telenovela era la de un grupo de bandidos campesinos, enfrentados a hacendados oligarcas, la familia inmigrante destacó con personajes que intentaban ajustarse a los rígidos patrones del campo chileno de comienzos del siglo XX, sin perder su identidad. “Cabeza loca”, el dicho de Chadi se hizo popular entre los seguidores de la telenovela: “Hicimos una microhistoria dentro de ‘Los Pincheira’ que era muy potente: desde el trabajo previo, de los dichos que fueron apareciendo y que se fueron también apoderando de todos nosotros. Fue encantador” dice y reflexiona: “Es interesante pensar que los personajes no solamente funcionan por sí solos o por el éxito o por el premio o por tu habilidad. Hay un total que es fundamental: que va más allá incluso del texto, del elenco, sino (refleja) la época que estás viviendo, del contexto histórico y familiar. Eso creo que marca. Es como cuando uno recibe un golpe o viene el terremoto, uno siempre se va a acordar dónde estaba. Así de potente son a veces algunos personajes”, recuerda Francisco Melo.
-¿Cómo fue su cambio al elenco de María Eugenia Rencoret, tomando en cuenta ese contexto de ‘grupo cerrado’ que describió antes?
“Sentí la necesidad de salir de ese elenco (de Sabatini). Era tan potente todo lo que habíamos vivido; yo y muchos. Había pensado incluso en cambiarme de canal y estaba más o menos listo, pero en conversaciones cariñosas, amenas y tremendamente acogedoras se decidió que me cambiara de elenco, que era también un gesto bien particular, era un acto de generosidad para los involucrados: al que te permitía salir y al que te recibía”.
El proyecto al que ingresó en el elenco encabezado por María Eugenia Rencoret, fue la segunda teleserie nocturna de TVN, “Los treinta” (2005). Melo recuerda que había sectores que no le tenían mucha fe, pero que “la Quena se la jugó totalmente”. “Los treinta”, la segunda producción nocturna del canal estatal fue un éxito que marcó una especie de formato para las telenovelas nocturnas: las comedias generacionales. “Esa teleserie fue un espacio de juego absoluto, de principio a fin. Un grupo de amigos que nos juntamos un día de enero y no paramos de huevear hasta diciembre. Básicamente eso fue la teleserie”, resume entre risas.
-¿De qué forma abordaron el tema del destape que tuvieron las primeras teleseries nocturnas?
“Estuvo en las conversaciones. Hubo asambleas de los elencos para (plantearnos) ‘hasta dónde’, ‘cuál es el límite’, ‘yo no muestro’, ‘tápame la pechuga’ (…) De ahí salió la idea del equipo mínimo para ciertas escenas: un camarógrafo, un sonidista y nadie más porque estaba en pelotas la compañera, estaba en pelota el hombre, estábamos todos en pelota”.
Recapitulando, Melo agrega: “Yo creo que en las teleseries siguientes todos fuimos poniendo más reglas y bajando, y al final quedó la opción: ‘No es necesario andar mostrando tanta pechuga para que nos vaya bien’”. Pero ese primer papel nocturno, el de Fernando Hidalgo, lo marcó. Era casado, pero no sólo tenía una amante, también a ella la engañaba con otras. Con esa desfachatez y sexualidad desatada, el personaje llegó a ser tema de conversación obligado entre los fanáticos de la teleserie: “Fue una suerte de liberación este fresco de raja. Es divertido porque me trajo ciertas situaciones graciosas en la vida real, con la gente suponiendo que yo era así como el personaje… y yo soy muy bueno (ríe) Es cuando el personaje te invade”.
En esa exploración de las telenovelas nocturnas, en 2007, Melo fue Rodrigo Quintana, uno de los protagonistas de “Alguien te mira”, un ex alumno de Medicina, drogadicto rehabilitado, que regresa al exclusivo círculo de sus excompañeros, acechados por un asesino en serie. Y en 2009, también en el género policial de las teleseries para franja nocturna, encarnó a Raimundo Domínguez: un hombre de poder, con un alto estándar de vida, que celebra su cumpleaños en su lujosa casa en la playa. En pocas horas su hija adolescente desaparece y su vida no vuelve a ser la misma. “¿Dónde está Elisa?” fue uno de los fenómenos televisivos de la década.
-¿Cree que ese tipo de teleseries cuestiona al poder de alguna forma?
“Claro, el poder económico, el poder político, haciendo uso o mal uso de todas sus herramientas y eso es un tema que, de alguna forma, se ha ido repitiendo en muchas teleseries. Está ahí, se instala, hay una discusión (…) Yo creo que nuestro objetivo o mi objetivo, mi alegría, es que si uno llega a generar una discusión o una conversación compleja en el comedor, en la cocina, en el living de la casa, aportamos algo. Y si eso llega, de alguna forma, a generar una discusión en alguna oficina política de alguna entidad… o sea, hay que aplaudir de pie. Pero nunca ha sido un objetivo”.
En este punto, Melo vuelve a mirar atrás y recuerda los 90 y 2000: “Cuando hablábamos de las minorías, de ser circenses, de los gitanos, era interesante cómo se provocaba una reacción bipolar porque, por un lado, reaccionaban los circenses no sintiéndose identificados con la interpretación que planteaba la teleserie y ahí uno se protege, explica: ‘Esto está basado en hechos reales, no pretende ser un documental, sino que es ficción’. Pero, por otro lado, la sociedad ve reflejados problemas y dificultades; o sea, ponía el tema en cuestión, ponía el tema sobre la mesa; yo creo que hasta ahí no más llega”.
Ese camino, que han seguido telenovelas hasta la década del 2020, tiene un sentido más para Melo: “Al fin y al cabo uno como artista es un provocador y provocar para todos lados, generar discusión, generar conversación, es muy bueno (…) Es interesante arriesgarse, hablar de temas candentes, generar dificultades”.
En 2016 Francisco Melo cambió de canal y llegó a Mega, para protagonizar la primera teleserie nocturna de ese canal, “Señores Papis”. Una trama que cuestionaba la paternidad y la masculinidad en esta época. Fernando Pereira, en particular, era un hombre recientemente separado y que se había vinculado con una mujer de menos edad. Sus reacciones viscerales, a veces torpes y a veces infantiles, pero siempre amorosas, lo llevaron a ser el favorito del público en esta teleserie.
- ¿Cómo recuerda ese cambio de canal y tomar ese personaje?
“Fernando Pereira fue mi llegada a Mega y es la sensación de meterme dentro de un saco que era perfecto y empezar a jugar. Fue placentero. Pero venía de una situación difícil: dejar TVN después de 20, 21 años con una salida que fue incómoda, en una llegada incómoda. Apareció este personaje, me puse su traje y era un tomate… ¡un tomate! (dice en referencia al primer capítulo de la historia) Yo decía ‘en qué estoy, qué me pasó’… y todo funcionó. Fue un placer, y vuelvo a agradecer a Rodrigo Cuevas (guionista), que era el que entregaba el material de trabajo. Era realmente notable el viaje en comedia, pero tan bien escrito. Yo solamente recuerdo la alegría de ir a trabajar e ir a hacer al Fernando Pereira”.