Egresado de Arquitectura, Francisco Reyes hizo un camino distinto al de la mayoría de sus colegas para llegar a la actuación. Estudió teatro en forma paralela a sus estudios de arquitecto, en distintas academias en Chile y en Francia, donde vivió a mediados de los 80. Después de retornar a Chile, a fines de 1985, participó en el Teatro Ictus y en el Teatro de Universidad Católica. Allí lo vio Sonia Fuchs, quien estaba a cargo del Área Dramática de Televisión Nacional de Chile. Ella lo llevó a integrar el elenco de la miniserie sobre Sor Teresa de Los Andes, como el hermano de la protagonista, y de los episodios unitarios basados en novelas de Corín Tellado, a fines de los 80.
Su primera teleserie fue “El milagro de vivir” (1990) en TVN, en la que interpretaba al cirujano plástico Ricardo Gómez. “Al comienzo, el interés de ese personaje era ganar plata. Pero en un momento determinado lo convocan a hacerle una cirugía a una niña de una población (interpretada por Paulina Urrutia), que estaba con su rostro quemado, y ahí él empieza a entender la dimensión de esta especialidad en el ámbito del servicio público. Y, bueno, se enamora de ella y empiezan a pasar más cosas”.
Al año siguiente, protagonizó “Volver a empezar”, por primera vez con quien sería su pareja emblemática en esta industria, Claudia di Girolamo. “Fue una teleserie que no enganchó tan bien con la audiencia, pero sí empezó a tocar nuevos temas”, recuerda Francisco. Era el primer año en democracia y uno de los personajes principales, interpretado por Jael Unger, era una escritora que volvía del exilio. “Eso se da a entender, pero nosotros, los actores, no podríamos pronunciar esa palabra frente a las cámaras. Es curioso, porque se supone que ya estábamos en libertad, pero era delicada la cosa”.
El primer éxito de audiencia en varios años para el área dramática de TVN vino al año siguiente, con “Trampas y caretas” (1992). Allí, Francisco Reyes interpretaba a Max Cruchaga, uno de los dos hijos de la millonaria Carmen Mackenna (Jael Unger), obsesionada con tener un nieto. Ella organiza un concurso para elegir a una mujer que conquiste a alguno de sus hijos, y lo gana Mariana Ríos (Claudia di Girolamo), una ambiciosa joven de clase media. Francisco Reyes describe así a su personaje en esa producción: “Era un solterón, virgen, que vivía en una casona heredada con todos los recuerdos y la mochila histórica y tradicional de la familia”.
Para el actor, este personaje fue interesante porque en el curso de la historia sufrió “un cambio absoluto, en 180 grados”. “Mariana decide casarse con él, pero en realidad se había enamorado de mi hermano díscolo (Luis Felipe, interpretado por Bastián Bodenhöfer). Entonces, cuando yo (Max) la esperaba en el altar, con frac y limusina, ella no llega. Después de ese plantón, me quedo solo y empiezo a deambular por la sociedad, y no encuentro nada mejor que ir a ver a la bailarina de un topless, a la que mi hermano había contratado para mi despedida de soltero”. Ese personaje fue interpretado por Patricia Rivadeneira y significó un quiebre en la vida del clásico Max Cruchaga. “Empezamos una relación que termina en un amor absoluto y en un descubrimiento de la sexualidad increíble, porque ella era una gran maestra. Fue un personaje muy entretenido de hacer porque tiene todo ese viaje alucinante”.
El personaje de Max Cruchaga fue una suerte de despegue de la carrera de Francisco Reyes en términos mediáticos, debido al éxito de audiencia de “Trampas y caretas”. Poco a poco, el actor empieza a sentirse parte de un elenco de primera línea. “A mí me costó llegar a sentirme un actor, sentí el no haber pasado por una escuela de teatro formal, como eran las de las universidades de Chile y Católica. En su momento yo intenté (entrar), pero estaban cerradas por temas de la dictadura. Estoy hablando de los años 76 y 77. Siempre sentí un poco ese hándicap, y en esa época era más intensa la sensación y me encontraba con este portento de la actuación, que era la Claudia di Girolamo. Pero nos fue bien”.
– ¿Qué recuerda de sus primeros trabajos con Claudia di Girolamo?
“La Claudia es súper rigurosa y profesional con su pega. Y si a ella le toca trabajar con un actor advenedizo, como era yo un poco todavía en ese tiempo, o con un actor principiante, ella va a poner lo mejor de sí para que ese trabajo se desarrolle de la mejor forma posible; por lo tanto, fluyó de las mil maravillas”.
– ¿En qué momento se dieron cuenta de la química que tenían en pantalla?
“Esa química se va dando con el tiempo. Existe más afinidad con algunas parejas (televisivas) que con otras, pero es una cuestión que se va trabajando. En nuestro caso, fue mucho tiempo, muchas producciones juntos. Todos estos elementos van haciendo que el público nos haya guardado en su retina y que hayamos pasado a ser una especie de pareja emblemática en las teleseries”.
-Una de las parejas inolvidables que hicieron fue la monja Angélica y el locutor Jaime Salvatierra en “Estúpido Cupido”, ambientada en los años 60. Él era un hombre que parecía de otra época, más evolucionado. ¿Cómo trabajó ese personaje?
“A Jaime Salvatierra lo trabajé con Miguel Davagnino, quien me fue mostrando cómo funcionaban las radios de esa época, cuando él era una estrella. Mi personaje, Jaime Salvatierra se flecha con el personaje de Claudia Di Girólamo, que no era una monja cualquiera. Ella también tenía un discurso respecto de la vida terrenal y era progresista en el sentido de que no es solo Dios el tema, sino el desarrollo de la fe en el ser humano. Esos elementos me fueron haciendo click (a Jaime) y me interesaba mucho conversar con ella. Además (al igual que Jaime), ella era amante de la música”.
-¿Cómo recuerda el final de esta teleserie cuando queda claro que ese amor no tendría un futuro?
“Me acuerdo de mi última escena con el personaje de la Claudia. Estábamos los dos a la orilla del mar cuando ella me dice que decide continuar como monja al servicio de Dios. Obviamente, mi personaje le había suplicado que se quedara con él. Fue una escena muy bonita porque ella siente un amor profundísimo por Salvatierra y eso se le nota”.
-Otro final inolvidable con Claudia Di Girólamo fue el de “La fiera”. ¿Cómo construiste al personaje de Martín Echaurren?
“Martín Echaurren era un científico que hacía mediciones del estado químico del agua. Y de repente se encuentra con que la patrona de una salmonera era una mujer exuberante, colorina, de pelo largo; muy femenina en su aspecto, pero muy masculina en su accionar como patrona. Para él, un científico, encontrarse con una mujer tan concreta fue deslumbrante. Era casi un elemento de experimentación científica, el entender a la Catalina Chamorro. Esa fue mi lectura de Martín y él se va enamorando desde ahí. En la escena final, ella lo va a buscar a caballo. Y ese contacto con la naturaleza, con lo concreto (representado por ella), a él le hacen saltar los tornillos. Ella le dice ‘¿pa’ dónde vai?’ y el tipo se sube de un salto al caballo, una gran proeza, y se van galopando al infinito. Es el típico rapto del macho, o del truhán, a la doncella, pero que aquí es a la inversa”.
Para Francisco Reyes, esta historia realizada en Dalcahue, Chiloé, es uno de los grandes aportes que hizo el área dramática de TVN al mostrar rincones y culturas de distintos puntos del país. “Los guionistas se iban varios meses antes a los lugares donde se iban a trabajar estas historias para empaparse de los conflictos y personajes locales, y luego poder plasmarlos en sus guiones. Nosotros (los actores y las actrices) nos íbamos siete días al mes a esas localidades. Había mucha gente de allá que trabajaba en las teleseries, como personajes secundarios o en la asistencia técnica. Entonces interactuábamos con ellos y se creaban vínculos estrechos. Estas relaciones iban enriqueciendo el trabajo de cada uno de nosotros y de la producción también”.
Ese fenómeno se produjo no solo en Dalcahue sino también en Rapa Nui, donde se realizó “Iorana”, y en Mejillones, donde se produjo “Romané”, inspirada en la cultura gitana. Para esta última producción, el elenco de TVN se hizo asesorar por un grupo de gitanos que se dedicaba a resguardar el patrimonio de música y bailes de esa cultura, e incluso habían organizado escuelas para resguardar la lengua romané. Francisco Reyes cuenta que el elenco se involucró a tal punto en el trabajo con ellos que incluso él intentó ayudarles con gestiones ante el Gobierno de la época. “Me acuerdo haberlos acompañado una vez a La Moneda a hablar con la ministra de Educación de la época, Mariana Aylwin, porque ellos buscaban reconocimiento. Para poder hacer clases en romané, necesitaban que se les reconociera su escuela nómade. Eso quedó en nada, evidentemente, pero me acuerdo haberlos ayudado en eso”.
-En “Romané” es muy recordada la historia de amor entre la gitana Jovanka y el cura Juan. Una vez más, Claudia Di Girólamo y usted.
“El cura Juan es un cura que se enamora profundamente de la Jovanka y que, de alguna forma, también sufre ese shock de una opción que tomó del celibato, del sacerdocio y de su vida consagrada a Dios y enfrenta esta relación mundana con un ser maravilloso como era la Jovanka.Él también lograba captar la pureza de ese ser, que además estaba magistralmente hecho por la Claudia. Un ser alegre, diáfano, transparente, sin dobleces y muy en concordancia con los colores y la música de la gitanería, que además era súper lindo verla porque te tiraba por tierra todos los prejuicios del mundo gitano”.
-¿Cómo trabajó para preparar el personaje del cura Juan?
“Para llegar a ese cura yo me entrevisté con tres tipos de sacerdotes. Un sacerdote más poblacional; un sacerdote vinculado a la realidad dura; y un sacerdote solamente de parroquia, citadino. Y conversar todos los temas con ellos fue bastante entretenido. El tema de la sexualidad, cómo ellos llevaban adelante su ser animal, cómo se planteaban frente a eso, frente al celibato, frente a las mujeres, etcétera. Los niveles de honestidad no tengo idea cuáles habrán sido, me imagino que eran profundos. Pero desde ahí yo iba dibujando mi forma de relacionarme con la Jovanka.
“Entonces, así como en ‘La Fiera’, no hay solamente la búsqueda de un romance o de una historia de amor del galán o la doncella. Eran personajes que llegaban a las relaciones desde otros lados, desde otros conflictos. Entre la naturaleza y la ciencia en ‘La Fiera’y en este caso (´Romané’) entre la fe dispuesta hacia un ser supremo o divino y la fe en la vida, que es la Jovanka. Finalmente, el cura decide colgar la sotana por un tiempo, pedir la dispensa y tratar de entender lo que está sucediendo con él, pero lejos de la gitana”.
-¿Qué le pareció el final de “Romané”, que causa polémica hasta el día de hoy?
“Hay varias cosas ahí, siempre yo creo que los guionistas tratan de hacerle gallitos a la audiencia de alguna forma. Lo obvio es que se hubieran quedado juntos y chao. Eso habría sido lo incorrecto tal vez, pero lo obvio dentro de una teleserie. Siempre se ha especulado que hubo gallitos con la Iglesia y eso no lo voy a corroborar ni lo voy a desmentir porque es parte de la historia. Pero es uno de los finales potentes y adecuados, también, porque yo que creo que para el cura Juan era súper difícil hacer un cambio así radical. La responsabilidad religiosa que sentía respecto a la comunidad era demasiado fuerte y además yo creo que pispaba que la gitana se le movían las tripas con mi hermano, digamos. Y era muy enredado meterse ahí, demasiado mundano”, ríe.
De esa época de oro, Francisco Reyes coincide con varios de sus colegas en destacar “Pampa Ilusión” (2001) como uno de los puntos más altos del área dramática de TVN. “Fue una producción de gran envergadura porque hubo que ambientar absolutamente de una época bastante más lejana. Nos fuimos a principios del siglo XX y la ambientación era total”. Recuerda que TVN hizo un convenio para poder utilizar el pueblo abandonado de la antigua salitrera Humberstone, en virtud del cual debió restaurar una parte importante del lugar.
En esa teleserie se abordó la situación laboral de los trabajadores del salitre, que derivaba en un conflicto social. Para empaparse bien esta realidad, el elenco completo asistió a clases con historiadores, recuerda Francisco Reyes. “Cuando empezamos a grabar, picando el caliche, en medio de esa polvareda y con un viento permanente, nos imaginábamos cómo habrá sido eso con 200 trabajadores en vez de los 10 que éramos nosotros. Y todo el día, métale picota y chuzo a la tierra. Debe haber sido totalmente infernal, seco, frío, caluroso, con ese polvo metiéndose por tus lagrimales.
-En “Pampa ilusión”, usted interpretó a José Miguel Inostroza, mano derecha de Míster Clark, el dueño de la salitrera. ¿Qué recuerdos tiene de ese personaje?
“Era un pragmático, un capataz que seguía las instrucciones de su jefe y punto. Pero cuando se encuentra con Inés (la hija médico de Míster Clark, interpretada por Claudia Di Girólamo), algo pasó, hay como un flechazo inicial. Clark había prohibido que ella entrara a la salitrera y cuando José Miguel la descubre, se da cuenta de la fragilidad de ella y la protege, no la acusa. Después descubre que ella es el médico que atiende a Clark (Florencio Aguirre) y no la delata. A partir de esa relación, Inés lo va sensibilizando y le va mostrando la realidad del mundo minero, cómo viven, cómo sufren. Son seres humanos, con familias, y están ahí al lado. Entonces, se va produciendo ese cambio en él a través del amor”.
Los años que vinieron, Francisco Reyes continuó protagonizando las teleseries vespertinas de TVN, en títulos como “Puertas adentro”, “Los Pincheira”, “Cómplices” y otras, hasta que en 2009 le ofrecieron un papel en la teleserie nocturna “¿Dónde está Elisa?”. “Es el primer personaje que se me ofrece como un ser más abyecto, más complejo”, dice el actor. Se trata de Bruno Alberti, tío de la desaparecida Elisa. “En principio, es el malo de la película y, en el fondo, es muy atractivo para uno como actor entrar en ese tipo de personaje porque siempre tienen muchas aristas, muchas líneas de acción, muchas contradicciones y por lo tanto son ricos de indagar y de tejer”.
-¿Cómo trabajó a ese personaje, un hombre maduro involucrado con su sobrina adolescente?
“Yo me acuerdo de haber leído varias historias de amores así y de escapadas entre adultos y menores. Mi posición con Bruno Alberti fue que no era malo, pese a que todo apuntaba a lo contrario. No era malo, pero sí era un personaje equivocado. Se había enamorado de una cabra chica y ella también, de alguna forma, se había enamorado de él. Aunque eso no se desarrolla mucho en la historia porque parte más bien desde el momento en el que el tipo la secuestra. Pero él era un tipo equivocado que, en vez de enfrentar su conflicto y asumir las consecuencias ante la sociedad y su familia, trata de vivir la experiencia por la fuerza, en forma dictatorial, obligada. Fue muy atractivo hacer un papel así de complejo y agradezco enormemente haber tenido la oportunidad de indagar en otro tipo de personajes que no fueran solamente los que llevaban las historias de amor”.
-Una vez usted dijo que las teleseries podían llegar a ser el principal producto cultural del país, ¿cree que llegaron a serlo?
“Es una opinión que seguramente se me formó a partir del gran período de las teleseries, de Televisión Nacional, sobre todo, que es un lapso que yo más o menos identifico entre los años 93 y el 2005. Detrás de esos proyectos había profesionales de la escenografía, de la ambientación, del vestuario, grandes, grandes profesionales, creadores, artistas. Además de la música y de los elencos. Todo el mundo tenía un nivel de excelencia muy alto. Entonces por qué no iba a salir desde ahí un producto que fuera realmente un producto artístico. Un producto que tenga profundidad, que tenga contenido; un producto que permita la movilización del alma y de la conciencia del espectador, y que tenga belleza. Esas son las condiciones de un producto artístico, para mí. Entonces estábamos muy cerca de eso. Con las teleseries, rozamos muchas veces eso”.