A mediados de 1981 todo el país estaba pendiente de una pregunta: ¿quién mató a Patricia? Era el nudo argumental de la teleserie chilena que acaparaba la sintonía en las tardes de invierno. En septiembre, justo antes del 18, se develó el misterio. La asesina era Estrella. Su intérprete, la actriz Gloria Münchmeyer, en el inicio de su carrera en las teleseries. “Yo nunca supe que era la asesina porque no tenía los móviles para hacerlo”. De hecho, relata, los cuatro actores que interpretaban al grupo de los sospechosos –ella junto a Silvia Santelices, Mario Lorca y Jaime Vadell– conversaban sobre esto y ninguno creía que tenía los fundamentos para ser el victimario.
Gloria admite que a Estrella no le caía bien Marcia (Jael Unger), quien fue acusada del asesinato y pasó 20 años en la cárcel, pero nunca como para cobrar venganza de esa forma. Y está convencida de que si su personaje dio muerte a Patricia fue por accidente. Caso aparte es la siguiente villana que tuvo que interpretar en una teleserie y que se ha convertido en un personaje icónico de la maldad en las ficciones chilenas: Adriana Godan de “Los títeres” (1984).
-¿Cuál es básicamente la diferencia entre dos villanas como Estrella Sáez y Adriana Godan?
“La diferencia definitiva la marca quien escribe los personajes. Arturo Moya Grau (autor de ‘La madrastra’) era absolutamente esquemático. Él construía un melodrama, que es la base de toda teleserie que se respete, y pone a los malos-malos y a los buenos-buenos y punto. En cambio ‘Los títeres’ fue escrita por un dramaturgo, Sergio Vodanovic, acostumbrado a escribir personajes con una lógica irrebatible. No había inconsistencia, no había contradicción y los personajes seguían un arco interpretativo totalmente creíble”.
Para Gloria Münchmeyer, la maldad de Adriana Godan tenía una explicación muy clara. “Ella tenía un complejo de inferioridad porque su padre, Elías Godan (Aníbal Reyna), siempre había querido tener un hijo, pero le salió esta mujer. Entonces, ella se construyó desde el complejo de Electra, que amaba a su padre, y se sintió siempre el hijo que él no tuvo. Por eso ella era dominante y manejaba la empresa y a las personas con un vigor que era más bien masculino que femenino. Entonces, era muy fácil recorrer el arco de ese personaje y sin asomo de culpa; es decir, ella era una víctima de las circunstancias”.
La actriz cuenta que el elenco de “Los títeres” tenía plena conciencia de estar haciendo una teleserie de calidad. “Sergio Vodanovic nos decía ‘con esta teleserie estoy haciendo 90 obras de teatro’, porque eran 90 capítulos y él cuidaba muy bien las características de los personajes; su planteamiento era muy sólido. Además, había un antes y un después (un salto en el tiempo) por lo que se manejaron dos elencos. La sensación que teníamos todos era de que estábamos haciendo algo importante”.
El capítulo final de “Los títeres” dejó una escena icónica en la cultura popular chilena, que derivó en el dicho “peinar la muñeca” para referirse a alguien que está loco, trastornado. Viene de la última imagen de Adriana Godan, de edad adulta, dentro de la piscina de su casa jugando con muñecas. Gloria Münchmeyer relata que esa escena fue muy conversada entre ella, el director Óscar Rodríguez y el dramaturgo Sergio Vodanovic. “Yo decía que Adriana no podía morir en un accidente porque eso pasa en muchas películas y teleseries. Finalmente, Sergio decide: ‘Ya, se vuelve loca, pero no una loca ni de patio ni de cámara acolchada en una clínica sino una loca suave’. Y entonces hubo una involución del personaje y se inventó la escena de ella en la piscina hablando y jugando como cabra chica. Eso resultó mucho más terrible que cualquier otro castigo, sobre todo porque su padre (Aníbal Reyna), que estaba en su silla de ruedas, lloraba a mares. Entonces, había tomas mías en la piscina y tomas de él, y era una cosa terrible”.
La maldad de Adriana Godan no fue algo inocuo para Gloria. “Hubo una escena en que Adriana se enfrentaba con Artemisa (Claudia di Girolamo), en la que yo sentí el empoderamiento, la perversidad que tenía el personaje y me gustó. Me gustó ser mala. Entonces, me preocupé y me dije ‘tengo que ir al psicólogo’ porque esto no puede pasar. Estaba tan bien escrita la escena y estábamos tan bien con la Claudia, como intérpretes, que me ocurrió eso, que nunca me había pasado haciendo televisión”.
– ¿Cómo fue empezar a trabajar en este género sin ninguna experiencia previa?
“Al comienzo no sabíamos cómo hacerlo porque no teníamos ninguna experiencia. Entonces veíamos mucha teleserie brasileña, tratando de copiar. Fue muy intuitivo el proceso al principio. Después, nos fuimos dando cuenta de que, como actor o actriz, hagas lo que hagas, siempre va a tener una raíz, que es la interpretación. Entonces, yo nunca miré en menos el trabajo en teleseries en relación al teatro”.
“Los actores y las actrices tuvimos que adaptarnos. Yo había hecho cine, pero no televisión. Tuvimos que entender una técnica que nunca habíamos visto: la cámara, el lente, los planos, el audio. Teníamos que entender que en un plano cerrado no podíamos exagerar lo que nos estaba pasando sino transmitirlo interiormente. Fue una experiencia que incluso nos sirvió para cuando empezamos a hacer más cine”.
Gloria Münchmeyer marcó época con las villanas que hizo en el inicio de su carrera televisiva, entre las que se incluye Irene Villar, la recepcionista de unas termas en “La Invitación” (1987); sin embargo, ella valora que en su carrera ha enfrentado una gran variedad de interpretaciones. “He hecho personajes muy dramáticos y también muy divertidos”. Ejemplo de esto último es Clo Anderson, la dueña del salón de eventos “Marrón Glacé”, en la teleserie del mismo nombre (1993). “La Clo no era una chilena común y corriente. Tenía un vigor y una energía poco comunes en este país. Era una mezcla entre chilena y brasileña”, dice aludiendo a que el guión original era de Cassiano Gabus Mendes. “Está el espíritu de ese país en la teleserie. Los mozos hacían verdaderas coreografías divertidas en la cocina de Marrón Glacé. Todo era una fiesta, por dramático que fuera lo que les ocurría a mis hijas (Carolina Arregui y Katty Kowaleczko), todo tenía un ambiente de samba”.
Otro personaje que se hizo notar por su intensidad dramática fue el que interpretó en “Destinos cruzados” (2004) cuando llevaba dos años en TVN. Se trata de Ester Dickinson, una mujer madura que intentaba manejar todos los hilos de su familia, a quien le tienden una trampa. Uno de sus enemigos contrata a un joven gigoló (Benjamín Vicuña) para que la enamore.
-¿Cómo preparó este personaje, que era bastante transgresor en la relación a las temáticas que hasta entonces habían mostrado las teleseries chilenas?
“Me habría encantado haber profundizado más en el drama de la soledad de una mujer mayor que se enamora de un joven. Yo soñaba con que, por ejemplo, ella lo invitara a Europa para cultivarlo, porque él era muy ignorante. Pero no se desarrolló más esta relación e incluso hubo escenas que se cortaron. Ahí entró la autocensura. Me acuerdo que cuando teníamos una escena no de sexo propiamente tal, pero sí sensual, la directora (María Eugenia Rencoret) decía ‘¡corten, corten!’. No por ella sino por lo que podía decir la gente. Pero creo que los tiempos han cambiado y que hoy sí se podría desarrollar una historia así”.
Gloria no sólo ha destacado como intérprete en televisión y teatro. Su principal galardón, la Copa Volpi, lo obtuvo en el Festival de Cine de Venecia, en 1990, por su personaje de Lucrecia en la película de Silvio Caiozzi “La luna en el espejo”. Ha actuado en más de 20 filmes chilenos, entre los que destacan “Julio comienza julio”, “Imagen latente”, “Coronación” y “El bosque de Karadima”.
-Como intérprete, ¿cuáles son las principales diferencias del trabajo en televisión con el que se realiza en cine?
“Entre trabajar en el cine y en la televisión hay una diferencia enorme. ¿Sabes cuál es? En el cine es el director quien tiene la película en la cabeza y solo él sabe lo que hay que hacer, solo él maneja el buque entero: a los técnicos, a los actores, a todo el mundo. Y en televisión, el que primero tiene todo en sus manos es el guionista. Pero después las escenas las revisan el guionista, el director, el productor y ahí van viendo si quedó bien, si quedó mal. Todo se revisa mucho y son varias las personas que lo hacen”.
-¿Cree que el trabajo en teleseries debe hacerse en colectivo? ¿Los de su generación cumplieron el rol de maestros en el set televisivo con las nuevas generaciones?
“Hablar en plural me cuesta porque yo no sé si los demás lo hacían, pero yo siempre he tenido buena onda con la cabrería. Sí, siempre hemos dialogado y si tienen problemas buscamos una solución. A mí me gusta mucho la gente joven. Me gusta cuando llegan inquietos y cuando se confunden, cuando sufren porque no saben cómo hacerlo, me gusta poder darles una manito. Porque no hay mucho tiempo en la televisión. Hay que llegar con el trabajo hecho. Nadie puede llegar a preguntar cosas porque se supone que eso ya lo traes solucionado. No se puede perder tiempo. La televisión es ‘dale, dale, dale’. Es una fábrica”.
“En una época empezaron a llegar muchos modelos y gente bonita a actuar en teleseries. Mi postura personal frente a eso fue ‘está bien’. Si esas personas necesitaban ayuda, yo no tenía ningún problema en ayudar. Pero si ellos creían que se las sabían todas y les molestaban las indicaciones, no me metía con ellos. Porque llegó mucha gente muy buena y también llegó mucha gente que pasó y después desapareció”.
-¿Cree que las teleseries locales han cumplido el rol de reflejar los cambios que ha vivido la sociedad chilena en las últimas décadas?
“Yo siempre he pensado que todo lo que se hace en televisión, en cine, en cualquier arte, tiene que ver con una realidad. Los creadores están sensibilizados con la realidad. Es muy raro que tú veas algo que esté desconectado absolutamente. Yo me felicito de haber trabajado en una teleserie que abordaba el tema de los pedófilos en un colegio (‘El laberinto de Alicia’, 2011), lo que en ese momento no se tocaba con la facilidad con que se hizo después. Fue como en los albores del asunto. La historia era sobre un profesor, dueño de un colegio, que cometía estos delitos durante muchos años y que, por supuesto, nunca se supo y de repente se destapó. En esa teleserie yo era Miss Helen Harper, la mujer de este hombre ya fallecido, y yo descubría el asunto. Mi marido había sodomizado a un alumno que ahora era profesor y que era mi regalón (Marcelo Alonso), era como un hijo para mí”.
-¿Cómo enfrentó la construcción de Miss Helen Harper?
“La historia era muy truculenta porque además de enterarme de que mi marido había cometido esos delitos, me enteraba de que este hijo putativo que yo tenía, también era pedófilo y seguía las huellas de su profesor. Entonces yo me enfrenté a una situación, como actriz, que no me había pasado nunca porque no había referentes en mi memoria emocional de una situación parecida. Para mí fue muy difícil expresar el horror, la consternación, el dolor, y todo eso junto. Yo, como Helen Harper, cito a este hijo putativo a la playa para decirle que yo lo sé y que él me cuente qué le pasó. Y él me mata. Yo terminaba muerta en esa teleserie. Entonces se habló mucho en esa época de la forma en que había sido tocado este tema. Por supuesto que nunca se mostró nada, sino que todo fue sugerido, lo cual a veces es peor. Más terrible. Para mí fue un honor haber trabajado en esa teleserie”.