Antes de las telenovelas, existieron los radioteatros y las fotonovelas. Héctor Noguera tuvo un rol protagónico en algunas de estas publicaciones impresas con grandes fotos e historias de amores tremendos. “Eran muy populares, la gente las compraba mucho y creo que se agotaban siempre las ediciones. Además que, a veces, eran producciones mucho más complicadas que otras. Por ejemplo, hubo fotonovelas que se basaron en novelas chilenas como ‘Martín Rivas’ o ‘Durante la Reconquista’, con trajes y locaciones de época”, cuenta el actor. Aunque tuvo esa experiencia y también papeles en clásicos del cine como “El chacal del Nahueltoro”, Noguera no estuvo dentro de la primera camada de actores que llegaron a las teleseries.
-Su llegada a las telenovelas fue más bien tardía ¿por qué sucedió así?
“Tenía mucho trabajo en el teatro. Primero, en la Universidad Católica. Después me retiré de la UC y empecé con Teatro Camino que necesitaba realmente mi energía completa. Sentía que la televisión me distraía de mi objetivo principal y no me parecían muy interesantes los temas, no me parecía muy interesante el medio. Había mucha resistencia de los actores a participar en las telenovelas, pero poco a poco las telenovelas fueron ganando terreno, fueron ganándose a los actores”.
-Usted fue vetado en TVN. La productora Sonia Fuchs intentó vencer ese veto, pero no pudo…
“Así fue. Sonia Fuchs estuvo durante años tratando de pasar por encima de este veto o anularlo, porque era incomprensible la verdad. Nunca lo pude entender, hasta el día de hoy, porque si bien era un simpatizante de izquierda, y simpatizante del gobierno de Allende, no pertenecía a ningún partido de izquierda. (…) Era una actitud muy caprichosa en ese sentido. Nunca se sabía por qué algunos estaban y otros no estaban. Creo que eso era parte de una estrategia de la dictadura de crear siempre en el ciudadano una inseguridad. Tú podías ser apresado, torturado o desaparecido, siendo o no siendo de algún partido o teniendo mayor o menor incursión en la política. Entonces era una situación muy complicada”.
Finalmente, Héctor Noguera comenzó a actuar en telenovelas. Pero no fue en TVN. Se integró a Canal 13 para participar en “Matrimonio de papel” y “Semidiós”. Y tampoco fue un proceso fácil: “Tenía la sensación de que yo debería estar en el teatro y no en la telenovela (…) pero poco a poco eso fue cambiando porque las teleseries adquirieron una gran importancia y fue creciendo la calidad de los textos, de los libretos, del trabajo en general, haciéndose cada vez más importante y de mejor calidad”.
Así inició una saga de personajes fundamentales para entender el arraigo popular de las telenovelas en Chile. El primero fue Federico Valdivieso, el alcalde de “Sucupira”, un pueblo ficticio que representa vicios y virtudes muy reales. De los vicios, el emblema es Federico: corrupto, populista, mujeriego, entre otras características. “Tenía decidido no hacer teleseries y, si aceptaba, era poniendo como condición que fuera un papel muy pequeño, como fue en ‘Estúpido cupido’. Pero recuerdo que Vicente Sabatini un buen día me llamó y me dijo ‘mira, antes que me digas que no nuevamente, quiero que leas el primer capítulo de esta teleserie que vamos a hacer, que se llama ‘Sucupira’ y está basada en una novela de Jorge Amado. Lee y después, como siempre, me dices que no”, relata Noguera y concluye: “Tomé el primer capítulo sin ningún interés realmente. Ya pensando en que iba a decir no antes de leerlo, y cuando lo leí quedé absolutamente fascinado y le dije a Vicente: ‘Quiero estar aquí, pero de todas maneras’”.
El universo de personajes de “Sucupira” (1996) quedó en la memoria popular chilena. La corrupción política, encarnada por Valdivieso; la viveza de Juan Burro (Pablo Schwarz); la ingenuidad de Diógenes, el mariposero (Francisco Melo); la gracia de las hermanitas Lineros (Anita Klesky, Coca Guazzini, Patricia Rivadeneira); y los ahogos de Olguita Marina (Carmen Disa Gutiérrez), entre otros. Para Noguera esa “magia” se debe, en gran parte, a un guión que iba conquistando con el desarrollo de sus tramas, en vez de decaer. Y, además, a un factor que en esos años era inusual, pero llamativo: “Había una crítica política tomada con mucho humor. Y daba cuenta de una realidad latinoamericana. En ese sentido, todos los países hermanos, somos bastante hermanos en muchas cosas. Todo eso se hacía presente”.
Cuatro años después de “Sucupira”, Héctor Noguera volvió a encarnar al líder de una comunidad, aunque con una ética y un ascendente real entre sus compañeros. El rey Melquíades encabeza el grupo de gitanos que pobló “Romané” (2000). Con esta producción, Noguera logró encantarse con otro aspecto de las teleseries: “El hecho de conocer una realidad distinta, como es el mundo de los gitanos, es muy, muy atractivo. Nos dedicamos con mucha anticipación, aprendimos a manejarnos con el idioma – el romané-, las costumbres, la manera de ser, de todo. Teníamos constantemente gitanos y gitanas cerca nuestro que nos iban vigilando lo que hacíamos: el acento, cómo es la vida al interior de las carpas. Estábamos fascinados de participar de un mundo al que la gente no tiene entrada normalmente (…) Era tremendamente atractivo ver cómo esas personas viven, lo que sienten, lo que piensan, cuál es su lugar en la sociedad. Conocer a un pueblo continuamente discriminado por siglos, perseguido por siglos”.
Al año siguiente, Noguera tomó el rol de William Clark, el patriarca, dueño y tirano de la oficina salitrera “Pampa ilusión”. Controlaba todo y a todos, desde su cama.
-Míster Clark nunca salió de la cama en esa teleserie, pero dirigía a todo el pueblo. ¿Cómo recuerda esa interpretación?
“Bueno, me acuerdo de que en muchas oportunidades existió la duda de sacarlo de la cama o no, de parte de los guionistas. Había un temor de que fuera demasiado monótono el hecho de que siempre estuviera en cama, pero por suerte los guionistas y el director decidieron no sacarlo de la cama. Yo también influí lo que más pude al respecto, decía: ‘no saquen al personaje de la cama, creo que eso lo hace muy especial. No hay otras teleseries en que el protagonista esté siempre en cama’. Se jugó algo que rompía los lugares comunes de las teleseries y siempre resultó bien. Era un desafío, un riesgo, que provocó una vuelta interesante: En vez de desvincularlo del género, lo vinculó más y convocó público”.
Noguera recuerda las particularidades y la vigencia del mundo que representa William Clark: “Este personaje llevaba el mundo a su cama. Incluso tenía prostitutas que iban a visitarlo ahí. Todo circulaba por él, todo circulaba frente a él y él dominaba con autoritarismo absoluto todo su entorno. Creo que ese autoritarismo hoy día, en este momento, está muy presente. Vemos ese autoritarismo en algunos gobernantes como Bolsonaro, como Trump y otros que todo lo hacen pasar a través de ellos mismos, en que ellos se establecen en el centro de todo y trabajan para ellos. Creo que eso hoy día tiene mucho sentido, más sentido que nunca, desgraciadamente. Tiene que ver con el autoritarismo, con el populismo, que está muy presente, se ha desarrollado mucho”.
-¿Qué recuerda del final, cuando tienen que sacar a Míster Clark en la misma cama, pasando por el medio del pueblo?
“Cuando leí el texto de la última escena, me alegré mucho. Que este personaje tan autárquico, tan prepotente, se paseara por un pueblo que lo miraba en silencio, que no se sabía si lo estaba juzgando o lo estaba adorando, o las dos cosas al mismo tiempo. Que se paseara él vestido de gran señor en la cama es una situación que reúne mucho de realismo mágico. Ahí está muy presente García Márquez y otros autores latinoamericanos. Hay algo del cine, de la literatura, de la poesía latinoamericana. Resume muchas cosas de esa escena. Me parece un gran compendio de muchas tendencias que tienen que ver con nuestra sensibilidad”.
Noguera se interesa especialmente por las telenovelas que toman riesgos. Que son capaces de aportar al género melodramático, yendo más allá: “Por ejemplo, en ‘Pampa ilusión’ tienes el riesgo de que el personaje principal sea un viejo que está siempre en cama. En ‘Sucupira’ es el alcalde que quiere inaugurar un cementerio que nunca se puede abrir. En ‘Machos’ se corrió el riesgo de colocar un personaje homosexual, pero el riesgo principal ahí era el hecho de que los protagonistas éramos ocho hombres; eso es algo que no se da normalmente en las teleseries. Siempre los protagonistas son la pareja romántica, y son jóvenes. Acá no, éramos ocho hombres de todas las edades lo que protagonizábamos la historia. Todos esos riesgos que se tomaban resultaron a favor de las teleseries (…) tenían un elemento distinto, y mientras más nuevo fuera, mejor recepción del público tenían. Por eso no es bueno desconfiar del público, desconfiar de la gente. Eso de decir ‘es que la gente eso no lo va a entender’, ‘a la gente eso no le va a gustar’ son supuestos que siempre atentan en contra del éxito de las teleseries”.
– ¿Cómo abordó a Ángel Mercader, el patriarca de “Machos?
“Ahí había otro personaje autoritario, pero ahora circunscrito a una familia. Está visto desde un punto diferente ese autoritarismo: los hijos tienen que ser igual al padre y seguir sus mismas ideologías, costumbres, la misma visión del mundo, no aceptar otras. También se corrió un riesgo, no solamente el hecho de tantos protagonistas masculinos, sino por cómo se enfocó el personaje gay; siempre aparecían roles de homosexuales en la televisión, pero como una caricatura y eso implicaba un distanciamiento, dejarlo fuera de circulación, hacía que la gente dijera ‘bueno, yo no soy así’. Entonces, se tomó un tema tabú, se rompió la caricatura para entrar en un ser humano, hablar de una persona, no de un cartoon, por así decirlo”.
-Además este hijo gay, Ariel (Felipe Braun), era en cierto sentido el héroe que desafiaba la autoridad del padre.
“Exactamente y lo interesante es que en esta polaridad aparente del hijo gay y el padre autoritario se producía a la larga un elemento en común, que era que ambos personajes eran igualmente voluntariosos, por eso es que combaten entre sí. Esta contraposición, el desarrollo de las relaciones y de la trama, es algo que cala muy profundamente dentro de la familia chilena, donde el autoritarismo patriarcal está muy presente (…) Creo que el tema del autoritarismo ni para mí, ni para nadie en Chile, es muy extraño; es bastante común. Entonces uno siempre tiene vivencias al respecto. Todo está en tu cabeza, en tu cuerpo y si tienes un texto que es explícito en ese tema, los recuerdos afloran solos”.
Dejando atrás su reticencia inicial a las telenovelas, Noguera se ha mantenido en distintas producciones en los últimos años. En 2018 protagonizó “Casa de muñecos” junto a Gabriela Hernández. Interpretaban a una pareja de personan mayores cuyas vidas cambian radicalmente cuando a ella le diagnostican Alzheimer. “A través de esa situación se conoce toda la estructura interna de un matrimonio, de dos vidas, de los altibajos por los cuales va pasando una relación amorosa entre un hombre y una mujer, qué ocurre a través de los años”. En este punto, Noguera declara: “Yo creo profundamente en la importancia de las teleseries, no solamente porque las ve una cantidad muy grande de público; sino que creo que las teleseries, las buenas teleseries, ponen en la sociedad temas para que sean discutidos. Y generalmente se ponen en discusión los valores y hace que la gente comente, hable de nosotros mismos. Para eso está el arte, especialmente el arte dramático, el cine, la televisión. Es para retratarnos a nosotros mismos, ser espejo de la sociedad, y creo que las teleseries cumplen muy bien con eso”.
-Precisamente una teleserie en que usted participó, “Juegos de poder” (2019), se vincula con la crisis y cuestionamientos al poder que ha vivido el país.
“Yo creo que esa teleserie percibió algo que ya existía. Indudablemente obras dramáticas como ‘Juegos de poder’ las ponen en evidencia. Y esta desconfianza, esto de saber que siempre en la política hay algo detrás, algo que no se dice qué es, pero mueve directamente a la política; los profundos intereses que hay, la teleserie los percibe y nos pone, de alguna manera, en alerta”.
Héctor Noguera realiza una reflexión más general respecto a la capacidad del arte para adentrarse en complejidades: “Aunque sea un poco ambicioso lo que voy a decir, cuando se habla que el estallido social fue una sorpresa, que nadie estaba preparado para eso; o cuando se habla de la pandemia también como algo sorpresivo… Creo que si los políticos o los sociólogos pusieran más ojo en el arte, se darían cuenta que todo esto está anunciado en las obras de teatro, en las teleseries, en las novelas, en las películas (…) Por ejemplo, si recurrimos a dos dramaturgos aparentemente opuestos como Juan Radrigán y Egon Wolff, que toman dos aspectos de la sociedad chilena muy diferentes, en ellos está latente el estallido social. Llevan décadas hablando de esto. No solamente ahora, llevan años hablando de todos aquellos elementos que conforman y provocan un estallido social. Está en ellos, está en las teleseries, está en muchas cosas. Lo que pasa es que no se entiende todavía que lo artístico es algo que va más allá de una entretención”.
Teniendo una carrera actoral tan destacada. ¿Cree que alguno de sus personajes de teleseries le permitieron crecer artísticamente?
“Desde luego que sí. Hace algunos años atrás eso lo habría negado, pero cambié de percepción de lo que son las teleseries. Por supuesto que me han hecho crecer. Todo te hace crecer ¿Cómo no te va a hacer crecer ponerse en lugar de personajes, de personas, que son tan distintos a ti como el personaje de ‘Juegos de poder’ y otros?, ¿Cómo no te va a hacer crecer conocer la realidad de los gitanos o la de una época como ‘Pampa ilusión’? Creces mucho porque conoces la historia y la realidad de personas diferentes, con visiones de mundo que son diferentes a la tuya. Hay personajes que tú no estás juzgando. El actor no debe juzgar a los personajes, no decir ‘este es malo’ o ‘es bueno’. Hay que hacer el personaje, eso te da una visión del mundo ¿Cómo eso no te va a hacer crecer? Hace crecer mucho, muchísimo. No hay nada que haga crecer más que ponerse en el lugar de otro”.