Son varios los actores de teleseries, de distintas edades, que reconocen en Jaime Vadell un modelo a seguir. Es un colega que los inspira, dicen, por la sorprendente naturalidad de sus actuaciones, la cual puede observarse desde sus comienzos cuando, ya con una trayectoria en cine y teatro, aceptó la convocatoria del canal de la Pontificia Universidad Católica para integrar el elenco de “La madrastra” en 1981. Entonces interpretó al cínico Donato, esposo de Estrella y uno de los principales sospechosos del crimen de Patricia, el eje de la trama. “A mí me daba la impresión de que yo era el asesino, pero se corrió la voz parece, y Arturo Moya Grau lo cambió y puso a la Gloria (Münchmeyer, intérprete de Estrella) como responsable de la muerte”.
Jaime Vadell recuerda esa telenovela como un fenómeno que fue muy importante para la consolidación del género en el país. “Esta teleserie detenía el tránsito. A las 7 u 8 de la tarde Santiago quedaba pelado. No había nadie en las calles. Todos en sus casas viendo ‘La madrastra’. ¡Qué fantástico! Y fue tal su éxito que a Canal 7 (TVN) no le quedó otra que hacer teleseries porque si no se quedaba completamente fuera de juego. Y tuvo que contratar actores, cuya mayoría eran de oposición a la dictadura en esa época y los tuvo que convocar igual, después de que muchos habíamos estado vetados”.
A partir de entonces, el actor trabajó en otras 10 teleseries de Canal 13 en la década de los 80, cuatro de las cuales fueron escritas por Arturo Moya Grau. “Eran fantásticas. Uno decía ‘¡cómo este tipo es capaz de escribir estas cosas!’. Los directores tendían a que uno cortara ciertos textos, por considerarlos excesivos o cursis, y yo los defendía a muerte porque ¿cuándo uno va a poder decir ‘¡eres un volcán de pasiones!’? Ya no se puede decir eso ni en el teatro ni el cine. Ni siquiera en la ópera. Pero ahí podíamos”.
Jaime Vadell reflexiona sobre este género con sutil ironía y entre las cosas que lo entusiasman está el legado de Moya Grau. “Él hizo grandes aportes al género del melodrama, le nacía del corazón”.
-¿Qué recuerda de su trabajo con el director Óscar Rodríguez, quien dirigió “La madrastra” y otras telenovelas escritas por Moya Grau que usted hizo en Canal 13?
“Óscar era muy talentoso, de una sensibilidad rara, y muy rápido. Y tenía un tremendo ojo para captar cosas que no estaban en el centro de la escena pero que eran importantes para el desarrollo de la misma. Además de ser un gran director, era una gran persona, bondadoso y generoso”.
-Tuvo muchos personajes en Canal 13 en esos años y uno de los que más se recuerda es Chumingo Mora, el protagonista de “Vivir así”, escrita por el dramaturgo Egon Wolff. Era una teleserie que pretendía reflejar el mundo popular de manera realista. ¿Cree que lo logró?
“Esa teleserie estaba fuera de lo habitual. Podría haber sido un camino para las telenovelas chilenas, pero no lo fue. Se fueron apartando cada vez más del camino realista. Egon Wolff era un dramaturgo al que le gustaba el realismo a muerte. Toda su obra es muy realista, salvo dos o tres piezas que son un poco expresionistas. Él decía que ese era el estilo que les interesaba a los chilenos, y yo creo que andaba acertado en eso. Pero le faltó un poco de práctica. Después de ‘Vivir así’ no hizo otra teleserie. Se desilusionó un poco porque no quedó como él quería, ni como yo quería tampoco. Quedó a medio camino. No estábamos tan acostumbrados a un género tan realista; estábamos un poco teñidos por el melodrama”.
-A mediados de los 90, y después de hacer 15 telenovelas en Canal 13, usted se cambió a TVN, para trabajar en el elenco de la directora María Eugenia Rencoret. ¿Qué recuerda de esa etapa?
“Mi trabajo con María Eugenia Rencoret fue muy bueno. Ella era muy talentosa dirigiendo y tenía la inteligencia de saber siempre cuál era el eje de la escena, qué era lo importante y cómo contarlo, y qué rol cumplía cada uno de los personajes en ese momento. En sus teleseries ella también tocó temas interesantes que daban cuenta de una sociedad hipócrita, campesina, medio retrasada, pero a la vez llena de pasiones ocultas detrás de un tupido velo, como dice José Donoso. En la teleserie ‘Aquelarre’ (donde interpretó al padre Pelayo), esta sociedad tenía un escape, y ahí estaba el personaje del Torito Mardones (Francisco Pérez-Bannen) que era una especie de macho cabrío que se fornicaba a todas las chicas que se hacían las monjas. Todo eso hacía una amalgama de realidad muy grande. No es una realidad ramplona, es una realidad metaforizada”.
-Otro de los trabajos de María Eugenia Rencoret en que usted participó fue “Amores de mercado”. ¿Cómo fue la experiencia en la teleserie chilena de mayor rating?
“En esa teleserie yo hacía de un señor muy estirado y muy fijado (Camilo Ruttenmeyer, padre adoptivo de Rodolfo). Y, como buen alemán, era muy puntilloso, pero no se daba cuenta de que su hijo en realidad era otro (Rodolfo cambiaba de identidad con Peyuco, su gemelo perdido, criado en el ambiente del Mercado Central), y que hablaba y se comportaba de un modo totalmente distinto. Pero esos son los permisos que se da la ficción”.
Jaime Vadell relata que cuando terminó de grabar “Amores de mercado”, en el segundo semestre de 2001, se fue de viaje. Y cuando volvió supo del final de la teleserie. “Le dije a la Quena: ‘¡Pero cómo mataron al Peyuco! ¡Qué barbaridad más grande!’. Y hasta el día de hoy lo creo, porque la gente se sintió herida, se sintió desvalida frente al mundo. Que le maten al héroe… ¡Es como matar a Pedro Urdemales!”.
Después de hacer 18 telenovelas en TVN, Vadell vuelve a Canal 13 en 2013, cuando la Universidad Católica ya había vendido la mayor parte de la estación al empresario Andrónico Luksic. Ese año regresa para participar en elenco de una de las producciones que más ha disfrutado: “Secretos en el jardín”. “Creo que es una de las mejores teleseries que he hecho. Muy divertida. La escribieron Nona Fernández y Marcelo Leonart. ¡Ay, qué humorismo más grande el de esos escritores!”.
Un thriller condimentado con un humor ácido, esa producción se basaba en los crímenes de los llamados “psicópatas de Viña”, que sacudieron a la sociedad chilena en la década de los 80. “Era una teleserie que pisaba muchos callos”, advierte Jaime Vadell. “Fue un momento en que Canal 13 pasó de las manos de la Iglesia a las manos de Luksic. Y hubo una apertura muy grande. El canal se predisponía a un período de mayor liberalidad, de más amplitud de miras”. Sin embargo, agrega, “Secretos en el jardín” fue cambiada de horario muchas veces, provocando confusión en sus seguidores. “Y, por supuesto, no tuvo el rating esperado. Entonces, pasó sin pena no gloria. Y era muy buena. Yo creo que nunca más se va a poder hacer una cosa así”.
Pese a que no sobrepasó los 12 puntos de rating promedio, “Secretos en el jardín” se convirtió en una teleserie de culto, con un núcleo duro de seguidores que la comentaba intensamente en redes sociales. En ella, Jaime Vadell interpretó a Klaus Cox, padre del personaje de Alejandro Goic, uno de los villanos. “Yo lo retaba y él se ponía como guagua. ¡Qué cosa más graciosa!”, recuerda Jaime de esos personajes.
-¿Cuál de sus roles en televisión le ha servido en su desarrollo como actor?
“Más que personajes puntuales, lo que me hizo crecer como actor fue el trabajo diario en televisión. El trabajo en teatro, en cambio, es más esporádico. En televisión, uno se levanta, se viste y se va a actuar. Es el ejercicio del oficio en forma total y cotidiana. Entrar a un set pasa a ser como entrar a tu casa. Y aprendes a manejarte frente a la cámara, para que te favorezca, para subrayar ciertas cosas. Eso es el oficio, lo que se aprende con la rutina”.
-¿Cómo describiría el oficio de actuar en televisión?
“Hay que esperar la mayor parte del tiempo. De repente te dicen ‘¡a grabar!’ y uno pasa al set. Se ensaya sin cámara primero, luego hay un ensayo con cámara y después se graba. Es un oficio que hay que aprender porque no es fácil. Y a veces los textos son bastante atrabiliarios. Los escritores de repente se tropiezan y escriben cosas que no son fáciles de memorizar”.
-¿Existe un estilo de actuación particular para las teleseries?
“En el teatro tú estás trabajando todo el rato de cuerpo entero y en un espacio más grande que en el set de televisión. En el teatro, tienes que llegar hasta la última fila; por lo tanto, hablas más fuerte, gesticulas y te mueves más. En televisión puedes estar sentado todo el rato y la que cambia es la cámara”.
-¿Hasta qué punto se trabaja la dirección de actores?
“El director de actuación no se extraña para nada porque es el director de la teleserie el que maneja todo, el que manda. En un comienzo hubo director de actores, pero era un personaje decorativo a quien nadie le daba bola. Entonces, desapareció por la propia práctica. El que más te ayuda es quien hace la continuidad. Tú le preguntas: ‘¿Y cómo venía mi personaje, apurado, triste?’ y él te dice: ‘No, venías furioso’. El director de la teleserie es quien ve todas las escenas. Uno no tiene idea de lo que han hecho los otros personajes, si no ha estado en la grabación. Después del trabajo, uno no llega a ver teleseries”.
-¿Cómo influyó la llegada de los y las modelos, sin estudios de actuación, a los elencos de televisión?
“No, no influyó para nada. En lo único que influyó fue en que les quitaban trabajo a los colegas, y que no nos pareció muy sano porque obviamente los actores son los que saben actuar. Los modelos eran malos y las ‘modelas’ también. Hicieron cosas espantosas; ‘La Quintrala’, por ejemplo. Vi un capítulo y era intragable. Pero duró muy poco eso porque se dieron cuenta de que los modelos no servían”.
– ¿Cree que la presencia de modelos en los elencos influyó en la calidad del trabajo?
“Ah, claro. Si te tocaba trabajar con uno de ellos era duro. Y era más lento. Algo que desespera es cuando las cosas se ralentan, y se equivocan y hay que hacerlo otra vez. Además, no son textos para ser repetidos como podría ser repetido Shakespeare. Son textos para decirlos rápido y, si uno lo piensa dos veces, se volvería loco”.
-¿Las teleseries han hecho algún aporte cultural al país?
“Desde luego. No sé exactamente qué porque eso sería un trabajo sociológico. Creo que las teleseries nacionales han sido una suerte de amalgama que ha servido para juntar a la gente. Un tema común para la sociedad chilena”.
-¿Ha evolucionado el género de las teleseries en Chile? Si es así, ¿en qué sentido?
“Sí, ha sufrido una evolución, pero no sé en qué sentido ha coincidido con la evolución social. Entre los cambios que han tenido está el que en las teleseries cada vez se habla menos. Son más telegráficos los diálogos y las situaciones no tienen mayor espesura. Se han ido poniendo más frívolas, así sean melodramas. No sé si esto responde a una evolución de nuestra sociedad o del mundo”.
-Varios actores y actrices lo han nombrado a usted frente a la pregunta sobre qué colega los ha inspirado. Ellos valoran mucho la naturalidad con que usted actúa y la verdad que le imprime a sus personajes.
“Me extraña. No tenía para nada conciencia de eso. De hecho, nunca me ha gustado hacer clases”.
-¿Por qué?
“Soy pésimo profesor. No tengo paciencia. Pero me alegro muchísimo de que algunos colegas piensen así. ¡Qué bueno dar una imagen positiva y ser un aporte para las generaciones que vienen! Y ese es el trabajo del actor: intentar darle verdad a cualquier cosa. Lo que yo tengo es una facilidad para hablar bien. Yo creo que eso ayuda porque en la medida en que tú lees bien el castellano, va a ser natural automáticamente, respetando las comas, los puntos y los dos puntos. Todo lo que aparentemente es forma y que no sirve para nada, en realidad es clave”.
-¿Qué escena ha sido inolvidable para usted, de las 23 teleseries en que ha participado?
“Inolvidable fue el combo que le pegó Álvaro Rudolphy a Álvaro Escobar en una escena de pelea en ‘Aquelarre’. Sin querer, por supuesto, le pegó un combo con tutti y el otro cayó knock out. Y se levantó Rudolphy pálido: ‘¡Alvarito, Alvarito!’. Hasta que el otro volvió. Qué feroz. Yo estaba ahí (como el Padre Pelayo) porque estaba tratando de separarlos. Yo era el cura, entonces era partidario de la paz”.