Néstor Cantillana “Es importante que los actores estén en contacto con la gente y no se vayan a sus burbujitas”

"Es importante parar de hacer tele cada cierto tiempo, porque si me están mirando en la calle, yo no puedo observar a nadie. En cambio, cuando desaparezco y dejo de tener el pelo de la teleserie, la barba, el bigote, puedo pasar más piola y poder mirar. Por eso es tan importante que los actores ocupen el metro, la micro, que estén ahí en contacto con la gente porque después, cuando tienes que hacer a un tipo, no lo conoces"

La primera teleserie de Néstor Cantillana puede ser el sueño de muchas y muchos: irse a trabajar a Rapa Nui. En “Iorana” era Patricio Tepano, un joven isleño. “Imagínate: tenía un trabajo entretenido, un personaje de poca participación y los viajes a Isla de Pascua eran cada diez días. Además, era una época dorada de las teleseries. Teníamos a Sabatini como jefe de ese equipo y había una idea de mostrar Chile, las distintas culturas que había en las regiones y un afán de entretención que es propio de las teleseries. Tuve el privilegio de entrar a un elenco súper bueno, con actores y actrices tremendas. La mayoría de los que yo admiraba y respetaba estaban en ese elenco”. 

-¿Cómo recuerda esa época? 

“Era muy rico porque viajábamos mucho con las teleseries. Aprendía de los compañeros más grandes actuando, viendo cómo estudiaban los textos, cómo se acercaban a la escena, todo eso es un aprendizaje, por supuesto, pero gran parte de ese aprendizaje era la conversación que existía cuando nos quedábamos fuera de Santiago y podíamos, en esos mesones grandes, almorzar y escuchar. Los tramoyas más viejos contaban de cuando las teleseries se grababan de un viaje y los mismos actores ayudaban a mover los decorados. Era muy interesante poder quedarse hasta tarde oyendo las historias de teatro de (Eduardo) Barril en sus inicios, de José Soza o la Delfina Guzmán, la Claudia di Girolamo, Alfredo Castro, en fin. Es puro alimento, uno aprende mucho como joven actor de todas esas anécdotas, de todas esas historias”. 

En esos primeros días Cantillana descubrió una clave para probar a sus personajes y que comparten muchos de los actores y actrices entrevistados para este libro: “En ‘Iorana’ tenía una escena de comedia en que yo miraba como voyerista dentro de un closet a una niña que me gustaba, que interpretaba Tamara Acosta. Yo tenía que mirar y sorprenderme y me tenían que pasar muchas cosas y lo hice no más. Cuando terminó esa escena, el ‘Epi’, que es un camarógrafo grande, enorme, se mató de la risa y cuando veo que los camarógrafos están revisando la escena y se reían dije: ‘ah, bueno, aquí hay algo’. Porque una cosa que aprendí con el tiempo es que el primer espectador que tienes, como actor, es la gente en el set. Por eso es tan importante que, cuando haces comedia, la cosa sea un poco chistosa o divertida primero para ese primer público, porque si no pasa nada ahí, es muy difícil que pase después”. 

Con solo dos años en pantalla, Néstor Cantillana tuvo su primer hito televisivo. Un personaje que hasta el día de hoy se recuerda: Raúl Escudero de “Romané”.  Un joven con pinta de viejo, torpe, desubicado, inmaduro, y totalmente cómico. “Fue un trabajo súper placentero. Estaba muy bien escrito, que esa es la base. Era un buen personaje, el color que tenía, o la línea que llevaba, era como un poco chupamedias, la mano derecha, un empleado medio sumiso. De alguna forma, incluso, enamorado de su jefe (Rafael Domínguez, interpretado por Francisco Melo)”.

Al interpretar a Escudero, aplicó otra máxima: “Uno no puede enjuiciar a los personajes, hay que defenderlos hasta el final, así sean psicópatas o asesinos, pedófilos y es el público el que tiene que sacar sus conclusiones. Si uno lo juzga al interpretarlo, inmediatamente existe una cosa del actor como de ‘yo no soy así, yo no soy un idiota. Estoy interpretando a un idiota’. A mí me gusta tratar de bucear en uno más bien. Ahora, en este caso en particular del Escudero, fue una construcción. Yo he hecho varios ‘monos’, así me refiero a personajes más bien gruesos para teleseries. Este es el más ‘mono’, el más exagerado, el más al chancho, pero fue una mezcla de cosas”.

  • ¿Qué elementos mezcló para construirlo? 

“En ese tiempo vivía con dos compañeros de la escuela de teatro en un departamento en el paradero 12 de Gran Avenida y ahí había un tipo que cuidaba autos. Yo no tenía auto, pero él era muy bueno para conversar y tenía una cosa media nasal al hablar que le daba un tono dulce, cierta ternura, entonces le robé eso. Otro compañero actor, Claudio, hizo un personaje en teatro en que interpretaba a un chico con Síndrome de Down y tenía un trabajo muy lindo con las manos, sus manos eran muy expresivas y dije ‘esto puede ser interesante también’. Y escuchando al Rumpy (en la radio) con una niña que tenía la muletilla del ‘¿me entiende?’. Era como ‘yo no me quería meter con él, me entiende, pero de repente salieron las cosas y bueno, finalmente me metí con él, me entiende’. Eso también funcionaba para este personaje y le metí esa frase que no estaba el guión y, claro, Vicente Sabatini tuvo la generosidad y me dejó hacerlo. Probamos y ya en las lecturas de guión la gente se reía mucho y, después, el otro paso era la construcción física del personaje”. 

Ese proceso implicó otros desafíos: “Estaba haciendo en teatro Hamlet con mi compañía Impasse. Entonces metí a la fuerza – esto lo van a saber por primera vez- un bigotito que tenía. En ese tiempo era muy joven, me costaba mucho tener un bigotito y una perita; funcionaba bien para Hamlet que era medio chascón y para Escudero me peinaba y me hacía unos flequillos, una cosa bien nerd. Al principio a la gente de vestuario y de maquillaje el bigotito le molestaba. Me decían ‘es que me resulta raro’ y yo les decía ‘es que eso es, es raro. Este personaje es raro’. Entonces por ahí entró algo que a mí me servía mucho, porque me ayudaba para Hamlet; después al equipo de vestuario tuve que tratar de convencerlos de que Escudero fuera, ojalá como los personajes de monitos que tienen un solo vestuario (…). Yo pensaba que este personaje había sido criado por su abuela, me gustaba que, a pesar de que hiciera calor, fuera abrigado. Se vestía como de ropa usada de los 70, 80”.

Con Escudero pasaron muchas cosas que no son habituales en TV. Por ejemplo, en vez de tapar el sudor que provocaba esa ropa, Cantillana y el equipo de vestuario y maquillaje comenzaron a marcar las aureolas para que fuera “un simpático repulsivo”. “Como ya este personaje rompía esquemas, dije: ‘bueno ¿qué cosas se supone que no se hacen en la tele’. Por ejemplo, siempre las escenas terminan con impacto en el rostro cuando te dan una noticia y la cámara va haciendo un zoom. Entonces lo que yo hacía era que, sabiendo que venía el impacto en el rostro, reaccionaba y como ya había incorporado las manos, metía las manos, me sacaba un moco, hacía cosas que eran como horribles, que no debían ser, no muy televisivas, pero las metía y funcionaba, era chistoso. Eran cosas exteriores, pero todo esto respondía a pensamientos. Me acuerdo haber grabado varias escenas donde los protagonistas estaban en primer plano y yo tenía que estar atrás escuchando, que es un clásico de las teleseries, pero en vez de estar escuchando no más mi personaje si había un foco, miraba el foco, y seguía escuchando, pero le llamaba la atención y lo tocaba,  se ensuciaba y no sabía dónde limpiarse y lograba armar una concatenación de acciones físicas, pero todo respondía al pensamiento y a la estructura del personaje, lo que hacía mucho más entretenida ese tipo de escenas. Alguna vez algún colega me dijo: ‘hueón, no podí ser así, me estás robando la escena’. La escena pasa acá (adelante) y uno empieza a ver lo que está pasando al fondo y es más entretenido lo que pasa al fondo, pero era justamente porque ya había armado una construcción de un personaje; Escudero no podía estar simplemente sentado escuchando”. 

-Después de Escudero le correspondió interpretar un rol muy distinto en “El circo de las Montini”. Un papel con una cierta responsabilidad social, porque era el primer personaje con VIH en una teleserie chilena.

“Fue todo un desafío el personaje de Rodrigo Marín. Primero porque cuando me lo plantearon fue un personaje importante y era un tema jodido, super difícil. Implicó estudiar, juntarme con médicos, con personas de la agrupación de gente con VIH. Además, Rodrigo Marín representaba un grupo que se supone que no era el de mayor riesgo porque no era un gay, sino que era un personaje heterosexual que había tenido una aventura; entonces también era mostrar que esto no era solo del mundo homosexual. Por eso es tan importante cuidarse, por eso es tan importante la educación en esa teleserie y, además, estaba todo el mundo del circo, que nos requirió mucho trabajo. Yo creo que esa teleserie tuvimos como tres meses de entrenamiento físico súper duro, muy exigente y, en paralelo, yo con toda esta otra información con respecto al VIH”.

Con esta temática, “El circo de las Montini” recibió en Estados Unidos el premio Shine Awards que entrega la organización The Media Project a programas que aborden adecuadamente la educación sexual. Cantillana relata una de las escenas que quedó en su memoria: “Recuerdo muy bien cuando Jael Unger, que es una tremenda actriz y que interpretaba a la doctora, me da la noticia y yo no sabía mucho cómo reaccionar. Uno tiende a pensar ‘a lo mejor el personaje se emociona, le dan ganas de llorar’. Pero después de haber escuchado a varias personas, la primera sensación es de estupor, quedas para adentro, se te cae el mundo, piensas en la muerte y todo; son tantas las emociones que elegir una es quedarse corto. Por eso insisto en la importancia del pensamiento, de que un actor no es solo cómo se relaciona con el texto y con su compañero, sino que también cómo vas pensando:  si realmente estás pensando, si estás en el presente de la escena y piensas en lo que te está diciendo tu compañero, la cámara va a estar ahí, y entonces el espectador, idealmente, debería ir acompañándote como personaje, no solo con lo que tú dices y lo que tú haces, sino que también intuir lo que estás pensando”. 

En 2006 Cantillana enfrentó un nuevo reto: en “Cómplices” interpretó a una pareja homosexual junto a Ricardo Fernández. Aunque las teleseries de TVN habían incorporado esta temática, como la historia de los personajes interpretados por Luis Alarcón y José Soza en “Puertas adentro”, en esta trama se vivieron otras complejidades. “Ya existía el antecedente de ‘Machos’ con el personaje de Felipe Braun, pero ese personaje tenía una relación telefónica con su novio. Acá era una pareja que vivía junta y, claro, tenía varios desafíos, uno era el horario (20 horas, para todo espectador) entonces no podíamos, que era lo más lógico, hacer que fueran como una pareja normal que viven juntos, que se besaran. Lo que quisimos hacer con Ricardo fue tratar de hacerlo lo más honestamente posible, o sea que realmente fuera una relación cariñosa, que se quisieran, que se pudiera ver que había deseo”.

El final de esa historia contemplaba un beso entre los dos personajes, Javier y Sebastián. “Me acuerdo muy bien porque estábamos todos nerviosos, por supuesto, Ricardo le dio muchas vueltas y preguntaba ‘¿cómo lo hacemos?’ y leíamos la escena, una, dos veces. Todos los camarógrafos miraban así como ‘ya, hagan la huevá’. Y bueno, finalmente hicimos la escena en que esta pareja se reencontraba y nos besábamos y era muy linda, muy tierna y con un componente power porque no se dieron un piquito, sino que era un beso rico, potente”. 

-Pero finalmente esa escena no se emitió. ¿Qué le pareció? 

“Cuando supimos que no se iba a dar, me enojé y le pregunté a Vicente ‘¿qué pasa? nos estamos censurando a nosotros mismos’. Finalmente, con el tiempo, tengo la intuición, no tengo una respuesta oficial, pero yo creo que lo dimos todo y tenemos que habernos dado un beso que quedaron peinados pa’ atrás. A lo mejor a la comunidad LGTB le habría encantado esa escena, pero quizá en términos dramáticos fue demasiado, quizás en términos de historia era un poco raro que lo que más quedara era el beso, cuando se supone que ellos son pareja, tienen sexo, se besan. Al ponerle tanta importancia y tanta cosa en este beso, deja de ser la escena. La escena no es el beso, la escena es que ellos vuelven. En su momento me dio rabia y me piqué, pero nada terrible tampoco”.

Con participaciones destacadas en series como “Los 80” y “Prófugos” en 2018 Cantillana volvió a las telenovelas con un personaje que no era el protagónico, pero fue el más aplaudido, imitado y hasta transformado en meme: Marco Toselli de “Pacto de sangre”. Era uno de los cuatro amigos que se ven involucrados en una muerte y que, al intentar ocultarla, van generando una red de traiciones, crímenes y furia. Marco “era” el descontrol. Cocainómano, de fuertes odios y resentimientos de toda una vida. 

“Muchas veces los guiones mejoran en el trabajo de mesa, con los actores, en las conversaciones con los guionistas, pero ‘Pacto de sangre’ estaba muy bien escrita y el personaje, en el papel, primero era como más chistoso. Un tipo simpático, medio prepotente, medio pesado, en el sentido de que eso servía para demostrar que era un tipo arrogante, súper seguro de sí mismo; pero en el fondo, yo conocía el viaje del personaje, y toda esa seguridad era ficticia (…) Lo interesante de la posibilidad que me daba Marco es que, al principio, era un tipo extrovertido, que le gustaba la fiesta, que le gustaba la noche, para afuera todo funcionaba: tenía un gimnasio, tenía una mina guapa, se hacía el lindo con las del gimnasio. Era todo viento en popa y viene el crimen que me permitió trabajar los excesos: qué hacía que en un tipo fiestero, simpático, buena onda, se pudiera ver el reverso de todo eso. El consumo de cocaína, que al comienzo era como ‘perrito, para pasarlo bien’, después se va por ahí porque no puede más de angustia y porque eso lo permite estar duro, no demostrar. Pero todo eso es una bomba de tiempo, toda esa rigidez se acumula y después sale, como lo demostraba ese personaje, pegándole a su mujer, traicionando a sus amigos, en fin, volviéndose loco”.

-Marco y Escudero tienen en común una cierta exageración. 

“Fue muy rico poder tener un personaje que me permitiera pasarme y un poco jugar también, parecido un poco al Escudero, pero desde otro lado más oscuro, más denso. Permitir que estuviera chascón, que si el tipo se supone que estaba deprimido tomando, yo decía ‘hueón, hagámoslo en pelota, mojado’, vamos más allá. Este personaje permite eso. Cristián Mason como director también fue súper importante, dando licencia, y sobre todo en la conversa, porque no es llegar y hacer”. 

Marco decía “tonto hueón” como quien dice “hola”. Según Cantillana era maltrato hacia él mismo. “Para mí ese personaje era el reflejo de la angustia, desde esa angustia existencial, profunda, venía todo lo demás: la cocaína, la violencia con la mujer. Pero primero es la angustia”. También se hizo conocido el accesorio que no dejaba nunca: “El gorro estaba porque si habías trasnochado, no te alcanzaste a duchar y tienes una reunión, te chantai el gorro, lentes oscuros. También tiene que ver con la observación. Yo robo cosas y por eso para mí es tan importante poder parar de hacer tele cada cierto tiempo, porque si me están mirando en la calle, yo no puedo observar a nadie. En cambio, cuando desaparezco y dejo de tener el pelo de la teleserie, la barba de la teleserie, el bigote de la teleserie, puedo pasar más piola y poder mirar. Por eso es tan importante que los actores ocupen el metro, la micro, que estén ahí en contacto con la gente y no se vayan a sus burbujitas porque después, cuando tienes que hacer a un tipo, no lo conoces”.