Paola Volpato: «La teleserie es un producto creado por artistas. Y los artistas siempre estamos incómodos y tratando de dar otra mirada».

Paola Volpato llevaba seis años y cinco teleseries en el cuerpo cuando le llegó el que considera el papel con el que entendió a cabalidad este oficio en la TV: Gustava Patiño, en “Aquelarre”. Este personaje era la segunda de cinco hermanas en un misterioso pueblo donde solo nacían mujeres. Gustava era una dulce profesora […]

Paola Volpato llevaba seis años y cinco teleseries en el cuerpo cuando le llegó el que considera el papel con el que entendió a cabalidad este oficio en la TV: Gustava Patiño, en “Aquelarre”. Este personaje era la segunda de cinco hermanas en un misterioso pueblo donde solo nacían mujeres. Gustava era una dulce profesora rural, muy tímida, que tenía una leve cojera y nunca había pololeado. Antes de empezar las grabaciones, en 1999, el personaje tenía todas estas características, menos la discapacidad. Fue la propia Paola Volpato quien decidió otorgarle esa condición. “Sentí que tenía que incorporarle algo externo a mí para poder compensar eso, su diferencia, y se me ocurrió que podría haber tenido polio cuando niña, enfermedad que había terminado en esa cojera”.

La actriz recuerda que en su infancia conoció a una mujer del campo que llegó a trabajar a su casa. “Ella había tenido polio y yo crecí viendo cómo caminaba y, por supuesto, la imitaba. Yo copié esa cojera para Gustava, así como todos los actores, que vamos copiando las cosas que nos parecen interesantes”. En un comienzo a la directora de la teleserie, María Eugenia Rencoret, le pareció arriesgado, relata Paola. “Éramos todas cabras lindas (las cinco protagonistas) y pensaba que eso podría desafinar, pero yo la convencí. Le dije que el personaje que había en la obra de García Lorca (“La casa de Bernarda Alba”, que inspiró la trama de “Aquelarre”) era una mujer jorobada y que por eso tenía un ansia de venganza con sus hermanas lindas”. En la teleserie no había tal venganza, porque Gustava era noble, pero sí estaba su dificultad para caminar como un modo de explicar su timidez y su baja autoestima.

Con formación teatral en la Universidad de Chile, Paola Volpato dice haber entendido en “Aquelarre” que “el trabajo personal que debe hacer todo actor para sacar adelante a un personaje también se puede hacer en las teleseries”. El rol de Gustava funcionó tan bien que pasó a ser parte importante de la historia. “Una historia en que ella conoce el amor con el huaso Prudencio (Mauricio Pesutic), a quien ella alfabetizaba, y luego se impone ante su madre, una mujer dominante, y logra casarse con él”.

La actriz cree que hay un decálogo de cómo deben escribirse las teleseries en Chile y que en los últimos años ha comenzado a dejar pasar nuevos modelos.

-¿En qué sentido se han abierto las reglas con que se escriben los guiones de las teleseries?

“Hasta hace poco tiempo existía una ley no escrita en la que, si la protagonista se salía de la norma, se convertía en antagonista. Una protagonista no podía tener una relación extramarital, a pesar de que su relación estuviera mal o que fuera víctima de violencia. Tenía que ser moralmente intachable. Según los estudios, era lo que la gente pedía. Eso se ha ido permeando en los últimos años, sobre todo porque se han diversificado los horarios de transmisión de teleseries. Y en la noche se permiten más licencias, pero en general la heroína es intachable y, si no, es castigada”.

Según Paola, recién en los últimos años se ha roto el esquema de que la heroína de una teleserie no puede encontrar un camino propio si no es de la mano de un hombre que la sostenga, la apoye o la salve. Pone como ejemplo de esta renovación el personaje de María Elsa Quiroga (Mariana di Girolamo) en “Perdona nuestros pecados” (2017). “Ella era una mujer que a lo largo de la historia tenía tres hombres y tres hijos de distinto padre, y no fue castigada al final, aunque quedó sola. Pero eso se permitió porque era una teleserie de época”.

“Las últimas teleseries que hice en Mega han sido personajes fuertes, como heroínas, siempre amarradas a un hombre que las violenta, que les ha causado un fraude o que las abandona. Y ellas tienen que salir adelante solas, para proteger a sus hijos. Y encuentran el amor, un amor imposible, que termina siendo posible. Hay un camino de redención ahí donde el amor no es lo más importante. Pero eso solo se da en las teleseries más nuevas”.

-Por lo general, usted ha sido elegida para representar a mujeres fuertes, ¿por qué?

“El trabajo en teleseries se hace muy rápido y requiere de poco tiempo para la preparación de los personajes. No es como en el teatro donde hay un trabajo de mesa y de discusión bastante más largo. Entonces, aunque a los actores nos encantaría poder ser como magos y armar en cada teleserie un personaje absolutamente distinto a nosotros, es muy difícil porque hay poco tiempo y no se puede estar probando. El casting es algo muy importante porque aliviana el trabajo del director. Siento que yo doy ese perfil de mujer fuerte, empoderada. Cuando la Quena Rencoret me dio el papel de Tichi en Pituca sin lucas –la producción con que ambas debutaron en Mega después de trabajar durante dos décadas en TVN–, a mí me dio susto no poder encontrar esa tecla, porque sabíamos que la Tichi tenía que ser una mujer muy dulce”.

-¿Recuerda un personaje que le haya demandado un esfuerzo físico?

“Hay varios personajes que me han demandado esfuerzo por distintas cosas, de romper barreras personales como pudores. El personaje de Disparejas (2006), que era una mujer enloquecida de amor, violenta, obsesiva, me hizo aprender a fumar, cosa que yo no había hecho durante toda mi carrera. Yo tenía casi 40 años y este personaje requería de varias escenas en que solo se veía su boca y sus manos mientras fumaba. Como soy matea, compré dos cajetillas y le pedí a una amiga fumadora que me enseñara. Y estuvimos toda una tarde en eso”.

“Esa fue una época en que las teleseries se empilucharon, se sacaron la ropa. Fue un período corto, cuando empezaron las teleseries nocturnas y en que el sexo se hizo muy apetecido. Era la apertura de una nueva televisión e implicaba escenas bastante fuertes a nivel de imágenes, mucho desnudo de ambas partes y a mí me tocaba hacer harta escena erótica. Me daba mucho miedo, pero después me di cuenta de que no tenía ningún pudor. No estaba pendiente de mi cuerpo sino del trabajo, de que la escena quedara bonita. Y había un cuidado enorme de los directores en ese momento. Ese destape duró muy poco. Después las escenas empezaron a ser mucho menos explícitas, pero a mí me sirvió para correr la barrera del pudor y decir ‘sabes qué: es mi cuerpo que está al servicio del trabajo audiovisual’ “.

-En ese período le tocó interpretar a la policía de investigaciones Eva Zanetti, en el thriller “Alguien te mira”, ¿tuvo dificultades especiales ese personaje?

“Para mí fue un regalo que me dieran ese personaje, que se salía un poco de la línea de lo que yo venía haciendo. Era un personaje de acción, que tenía todo el poder de irrumpir en este mundo perfecto de la oligarquía chilena, donde todo era hermoso y donde estaba este doctor guapísimo (Julián García, interpretado por Álvaro Rudolphy) que hacía de las suyas. El guionista Pablo Illanes ya había afilado su pluma y fue una teleserie distinta desde el primer capítulo. Esta mujer de la PDI, que venía de otro estrato social, muy power y con muchas ganas de conocer la verdad. Tuve un shock, con una pequeñísima depresión, cuando me enteré de que la iban a matar. Pablo Illanes y la Nona Fernández, que escribían los guiones, se juntaban a comer cada vez que venía una muerte en la historia. Un día los vi llegar al estudio con una cara que no era la de siempre. Y les pregunté: ‘¿Comieron?’. Sí, me dijeron. ‘Se vienen sorpresas’. Luego recibí el capítulo y fue muy duro. La Nona me decía ‘perdón, perdón, pero era lo que había que hacer’. Fue muy intenso y entretenido grabar las escenas de la muerte, pero hubo una pequeña decepción en mí, porque siento que el personaje era muy potente y lo mataron demasiado temprano”.

El asesinato de Eva Zanetti se produjo en el capítulo 46 de un total de 78 episodios. Provocó una conmoción tal que la imagen de la detective amarrada al catre donde fue acuchillada fue la portada del diario “Las Últimas Noticias”. Paola recuerda que en ese entonces sus hijos eran niños y no veían televisión. “Íbamos a dejarlos al colegio temprano en auto, paramos en un semáforo y el señor de los diarios tenía un ejemplar donde yo aparecía amarrada a la cama y desnuda. Fue violento”.

La escena del crimen es una de las que más recuerda la actriz dentro de su larga trayectoria. “Se buscó una locación bastante tétrica, que era en la antigua estación de trenes en San Eugenio, en unas casas que estaban medio derruidas, en pleno invierno. Grabamos toda la noche y hacía mucho frío. Era una especie de tortura personal porque yo tenía que estar amarrada a la cama con los brazos arriba, por lo tanto, me empezaban a dar calambres. En un momento me taparon las piernas con un chal y, al rato, uno de los camarógrafos dice ‘siento olor a quemado’. Justo a mis pies había una estufa a gas y el chal se estaba quemando… Estuve como siete horas amarrada a esa cama. Era una escena muy larga, que necesitaba mucha concentración. Estaban todos muertos de frío y muy ansiosos por que resultara bien. Había una mística bien impactante en todo el equipo”.

Así como “Alguien te mira”, varias de las teleseries importantes en la trayectoria de Paola Volpato han sido escritas por Pablo Illanes. Entre ellas, la primera que en la que la tuvo un papel protagónico: “Destinos cruzados” (2004). “Fue mi primer afiche en los paraderos de micros”, recuerda. “Eso me tenía muy feliz. Empecé a desarrollar ese personaje, que era bien duro porque desde el día uno yo era ‘la otra’, pese a que era la mujer del personaje de Álvaro Rudolphy y madre de su hijo adoptivo. Y ese niño era el hijo biológico de una mujer (Aline Kuppenheim) que casualmente conoce a mi marido y se enamoran. Fue bonito hacer ese personaje, que tenía muchas contradicciones. En la medida en que (la teleserie) iba avanzando, me fui comunicando con Pablo (a quien no conocía) en los pasillos. La historia no tuvo un final de teleserie porque el personaje de Álvaro decide quedarse conmigo y el de Aline se va en un avión a Francia y nos deja tranquilos. Desde ese momento me empecé a conectar más con Pablo Illanes y comencé a darme cuenta de que algunos de los personajes que se me asignaban estaban pensados para mí. Para mí ha sido una experiencia muy bonita darme cuenta de que Pablo Illanes logra ver la perversión a la que yo puedo llegar y va delineándola suavemente”.

El valor de este guionista, dice Paola, está en ofrecer una trama subterránea bajo la historia. “Él arma estos mundos de un estrato social alto, donde hay un barniz de hermosura y mucho dorado, pero abajo los personajes están bastante podridos”. Pone como ejemplo “¿Dónde está Elisa?”, teleserie en que “el tema era la juventud, juventud que se estaba perdiendo y estaba transgrediendo valores, donde las jovencitas empezaban a emborracharse en las discotecas y los padres las encontraban en el suelo; pero resulta que todos somos hijos de alguien y ahí estaba el qué del asunto: estos jóvenes actuaban así porque estaban perdidos, solos, porque las personas que deberían haberlos contenido y cuidado estaban en otra”.

Su personaje en esa producción, Consuelo Domínguez, era una profesional exitosa, con un alto puesto en la empresa familiar. Pero, dice Paola, “estaba completamente desenchufada de la realidad de sus hijos”. En cambio, “era una madre que se mira el ombligo todo el tiempo, preocupada de la forma, de la fortuna familiar.» A la larga, dice la actriz, nos vamos dando cuenta de que ese personaje “tiene como ocho tornillos sueltos” porque se transforma en una asesina en serie. “Pero lo que más me costó de construir en Consuelo fue ese desapego feroz, esa desconexión que tenía con sus hijos”.

-¿Las teleseries hacen crítica social y cuestionan al poder en una sociedad?

“Sí, creo que es algo inevitable. La teleserie es un producto creado y pensado por artistas, y los artistas siempre estamos incómodos y tratando de dar otra mirada, otro pensamiento; de generar un contenido. Hay gente que dice ‘pero cómo una teleserie va a tener contenido’. Lo tiene. No son grandes reflexiones, pero sí permiten poner temas en la mesa, en la familia. El ser humano tiene incorporada la tradición oral de ir contando historias y endulzándolas con anécdotas. Nos gusta que nos cuenten cuentos y la teleserie es eso. Un cuento largo, en capítulos, donde uno se puede ver reflejado en algún personaje, o se puede usar como una forma de catarsis de mostrar lo que está mal, lo que provoca horror en el espectador. Y eso puede generar una conversación con su familia o con sus hijos. Perdona nuestros pecados, por ejemplo, fue una teleserie en la que mirábamos una época no tan antigua de nuestro país y podíamos ver lo normalizada que estaba la violencia contra la mujer y ciertos horrores de la Iglesia. Hace 15 años habría sido impensado poner a un cura en una situación moral tan perversa. Pero la teleserie lo pone en el pasado para que podamos verlo y hacer la reflexión en el día de hoy”.